viernes, 2 de octubre de 2009

Verte bien, o verdades de mi amor II

Tengo un problema de amorío barato. Ando regalando mi querer a cuanta persona con atención me encuentro delante, que manifieste necesidad de sentirse querido. Es tan fácil y tan concreto lo que hay que decir para que el otro se sienta bien que no comprendo mucho a los que hacen de la vida un cuento y no se deciden a prestar su cariño, su voluntad, a cuanto ser ande queriendo verse mejor.

Un elogio a la actividad que está relatando, un aporte resolutivo si sabemos que llegará de buen modo, todo es útil en el reino de las personas que quieren progresar.
Verse bien tiene muchas connotaciones posibles, según la persona que lo formule y ponga en práctica.

Algunos pueden pensar en el estado físico, en forma, lo cual siempre levanta las hormonas y pone en funcionamiento el aparato corporal en su totalidad. Otros se refieren a estar bien anímicamente, bien de la cabeza, con posibilidad de decidir por dónde agarrar sin tantas trabas limitantes. Para otros verse bien es algo más concreto y tangible como tener pareja, que estén bien de salud sus seres queridos, o pegar tal o cual trabajo u objeto material que ande dando vueltas por ahí.

Sentirse bien, que uno va venciendo sus escollos censurantes en la vida misma, es un estado de una armonía tal que rara vez querremos no volver a esa sensación, lo más natural que hay, de estar enamorados. De la vida o cuanto ser viviente se atraviese para hacernos presenciar tal o cual situación.

Elijo pensarlo así al amor. Es un sentir que nos da capacidades, a veces sobrehumanas, para expresar y dar a conocer nuestra voluntad de existencia, lo que vemos lindo y copado de este mundo, transmitir a quien nos llame lo interesante que vemos, con nuestra particular y única óptica, que pasa aquí.

¿Qué pasa acá? De este lado hay un hombre, de 28 años recorridos, que siente que vivir es estar pleno, y se angustia cuando no adquiere o logra esos estados de plenitud necesarios y vitales para seguir creyendo que vale la pena dar batalla.

Ver la vida como un continuo campo de batalla también es un embole, es tan sólo entender la lucha de fuerzas como algo que se da naturalmente, la prevalencia de una fuerza por sobre otra, el cruce de energías que se potencian e irradian más luz, y desde ahí nacen los vínculos más desarrollados. Desde el interés por saber más del otro. No desde el fabricarse una situación social donde dos personas interactúen lo máximo posible con el entorno y casi ni se cambien palabras.

El intercambio de palabras es lo que sale en la especie humana y bienvenido sea todo lo que aflore de ahí. La necesidad creada por el otro para que se recree y cuente una historia paralela a la que vive el mundo externo, en donde dos personas se conecten a grado tal que no importa lo que pasará en adelante, sino más bien lo que ocurre en ese momento.

Momento. No te valentonés con tu verba medida a través de la escritura. Apenas si sabés de qué la jugás vos, el ojo para graduar lo que observás del otro lado recién lo dará el tiempo, el período de ablande propio de toda relación que pretende avanzar.
Ya sabemos que no hay un lugar al cual llegar, ni un destino fijo que seguir.
Nadie obliga a nadie a hacer nada y lo que se hace es entablar diálogo desde la buena voluntad de conocer más al otro, de saber qué lo trae por acá, a este mundo.
El resto, más de uno sabe lo que pasará, pero nunca es uno solo, se necesitan desde dos a más personas para construir una historia, un relato, un proceso.
Tiempo al tiempo.


On y off de las ventas
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