Tengo impuesto un mecanismo de censura considerable, de autorrepresión que hace que no tenga que ser inminente lo que quiero alcanzar.
Como todo, tiene su lado bueno y su lado malo, según el día elijo pensar una cara o la otra.
Por la positiva, me sirve para regular mis actos, medir mis acciones sin andar como un desaforado expresando en hechos toodo lo que se me pasa por la cabeza.
Por el otro, el negativo, me hace perderme de muchas situaciones instantáneas por estar fijándome el límite antes de lo necesario, pudiendo aprovechar más la desaforez –nuevo término- de la vida misma, siguiendo ese curso que todo lo logra, pero me impongo antes el cierre de persianas, para no trabajar de más, puede ser.
Soy un pajero de alma. En su más extenso sentido del término. Es un camino de autoreconocimiento vital, para saber de qué se trata, y aparte es un placer andar por la vida sin apuros, sin necesidad de correr.
Mantener, y contener, esas ganas de ir por más es de algún modo un placer.
Y bueno, yo me caracterizo por andar buscando placeres por doquier, el estímulo inminente que sacie mi sed. ¿Siempre con sed? No, con hambre también, con deseo, con expresión de querer algo más. ¿Siempre más? Hay un momento en que se llega al fin.
Y ahí se explota de alegría y a su vez se conoce que deviene un período de tristeza porque no está. Pero siempre sabiendo que volverá.
Algo así es como siento que el amar me pega en mis adentros.
Son olas de energía no contenida, que compensan con momentos de placidez y calma, con oleaje bajito, como pidiendo que me dejen leer el diario al desayuno, no hablar más de lo necesario. ¿Quién sabe qué se necesita? Y mucho menos, ¿cómo puede saber el otro qué necesita uno? Vale para propios y ajenos, en ambos sentidos es muy complicado tratar de deducir qué le gustará más al otro, por lo que conviene dejar librado al devenir lo que tocará, sin por eso pecar de dejados, un equilibrio, aquello que siempre se tiene que tender a alcanzar pero es tan intangible e inconcretable como la armonía de sensaciones cuando estamos ebulliendo de amor. Basta ya de amor, y más paso a la acción, un modo de amar llevando adelante, actuando, ejecutando, resolviendo.
Sino, me pierdo en incertidumbres irrealizables. La paja es buena dentro del conocimiento de causa, no como pasatiempo predilecto, más como exploración que como consumación.
Sé que tengo muchas cosas por hacer ahora como para seguir entreteniéndome en un relato que no sé si tiene fin. Guau, alcanzar el estado sin fin quizás es el anhelo más cercano a una utopía que tengo. Junto a la no neurosis. El resto me gusta vivir de certezas. A llevarlas a cabo pues.