Me enteré que el domingo fue tu día, cumpliste seguramente un año más –porque se festejan años, no semanas ni días- de existir, de estar habitando una porción de esta Tierra, al menos de ser considerada con nombre y apellido, con esos colores y vida que desprendés al contemplarte con la vista.
Te conocí a los 17 años, y desde allí fue un amor ideal, me proveíste de lo necesario, cada vez que te visité me abriste un nuevo panorama, una perspectiva distendida, en contacto pleno con lo natural, con la supervivencia y lo básico que requiere el hombre para mantenerse en pie. Largas caminatas, en ascenso y por variado terreno, fuimos construyendo juntos, historias, la aventura misma de expedicionar caminos desconocidos.
Entre tu flora pude conocer tu fauna y quedar perplejo ante algún paisaje (sobre)natural que se me ofreció, aprender de qué se trata eso del resguardo y de que no somos más que una minúscula parte de este cosmos. Cosmos que vi brillar una de esas noches sin nubes, donde me mostraste la cantidad de luces que componen esta vía, la láctea, y que donde suelo vivir están tapadas entre humos y distracciones.
Ocho veces te visité, te recorrí de variados modos, empezando por un primer amor de carpa y bolsas de dormir, y siguiendo con amigo, amigos, y en soledad.
Cada zona que exploré de tus Parques es distinta, tiene características que te hacen única. A vos, Patagonia querida, te agradezco por todo lo que me diste en estos años.
Nos estamos viendo, y nunca pierdo de vista que estás ahí.
Ahí te ves!