domingo, 28 de noviembre de 2010

Matemos al ideal

Amanezco y me pongo a leer algunos títulos de diarios. Agradezco que existen tecnologías hoy día que eliminan la intermediación de la información con la gente. Quien se sumerja en el uso de esas redes –el resto seguirá cegado, por elección-, podrá recibir de primera fuente la comunicación directa de las personas o instituciones que le interese, y brindar la suya, del modo que mejor le salga y guste.

Reparo particularmente en una noticia que sigue dando vueltas hace varias semanas, y es la que busca darle una impronta de corrupción al actual Gobierno porque a un tal Jaimito se le ocurrió hacer chanchullos con países varios. Creo que ese tipo de información apunta a aquellas personas que se horrorizan ante el vuelo de una mosca a su alrededor, a los puritanos –bien valdría luego ver cuántos actúan así de puros en sus vidas- que le dicen que alguien robo y engloban a todos en la misma bolsa.
¿Qué pasaría si se descubre a alguien que comete un delito? Se lo echa y ya, pero eso no sirve para enchastrar un proceso, que bien o mal, con aciertos y errores, avanza y sacó al país de una realidad paupérrima. Cuando le toque a otro gobernar, hará lo propio.

Y este tema me dispara una cuestión más central que es la necesidad de muchos de que se respete su ideal de forma de hacer las cosas. El idealismo es una forma de vida que limita el accionar porque si no se hace de un modo, está mal. Es una visión categórica que impulsa la inacción, que se queda en el sueño de que todo sea color de rosa, y acusa a los que se arremangan y se meten en la realidad para cambiarla -aunque sea de a poco, en la medida de lo posible- porque no se produce como ellos quisieran.
Me pregunto cuántos de esos idealistas no habrán sido los causantes de los peores momentos de la historia argentina.
El idealismo promueve un estilo de vida donde uno, el idealista, practica la asepsia, es un ser inmaculado, una carmelita descalza, y tiene derecho a criticar y tirar por la borda toda idea que intenta hacer pie en el avance en la dirección deseada, impidiéndose de entender que eso no se da de un día para el otro, que todo crecimiento implica un ir y venir constante, una corrección incluso de los errores cometidos. Pero el ideal no se permite ver eso.
Incluso, los idealistas pocas veces concretan sus deseos, porque saben –quizás inconscientemente- que si se pusieran a llevarlo a cabo, no tendrían manera de sostener ese ideal, esa proyección de perfección que tan a resguardo los hace sentir.

Promovamos las ideas, e intentemos dejar de lado el idealismo, que muestras sobradas hay del daño que causa, y dejemos de abrazarnos a la ideología como si ese fuera el salvavidas de ocasión para acusar al otro de haberse volcado más a la izquierda o a la derecha, conceptos tan inútiles como el ideal de que nadie se corrompa.
Seamos más libres de movernos en todo el frente de ataque, de izquierda a derecha, y dejemos de agarrarnos de la solapa de mamá Estado y papá partido político. Obnubilarse con la idea de que un partido llevará a cabo todos nuestros deseos es tan infantil como creer que eliminando a los que están en contra nuestro prevalecerá nuestro ideal de mundo. La historia está signada por estos casos…

El que hace siempre se las tendrá que ver con personas que desde la comodidad de su pasividad consagrada saltarán como leche hervida ante cualquier formulación de cambio que se haga. ¿Cuántos de esos idealistas pueden hablar desde el logro conseguido en sus propias vidas? Porque no se le puede exigir al país algo que en lo personal no recorrimos, no superamos. De ahí que sea más fácil manipular y conducir a las masas de personas que no recibieron una educación, porque se los conforma con poco, con dádivas, el regalito de navidad de mamá y papá que tanto los quiere, e incluso se les miente haciéndoles creer que se los trajo papá Noel. O Santa –como muchos lo llaman-, nunca más acorde el nombre, porque el idealista se cree un Santo, alguien que está más allá de la posibilidad de crítica, y se para en su altar para señalar con el dedo a los que se portan mal. Demasiada cristiandad mal encarada.


La religión puede asumirse como un camino espiritual, o desviarse en el adoctrinamiento de mentes mal predispuestas para encarar la vida con el coraje y el deseo de superación que se requiere. Serán los culposos, los idealistas que se creen pertenecientes a La Religión que debería predominar y que las otras son molestias en el trayecto. Por favor, dejen que conviva el crisol de oportunidades que se abren cuando nos salimos del ideal de mundo y damos paso a las ideas bien habidas, que con sus idas y vueltas, nos sacarán del fango en el que nos metieron los pudorosos, intachables y perfectos buenos para nada que promueven el idealismo.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Subjetiva Creación

Subjetividad andante, galopante. No es desde el respeto e idolatría de las instituciones que se logra crear. La creatividad es el acto más subjetivo que puede ofrendar el hombre.
¿Devoción y humillación se unen en la tangente? Hay períodos para comprender cada cosa. Por momentos se puede pensar una y luego cambiar porque algo nos demostró lo contrario. De hecho, lo que sostenemos con firmeza en oposición a algo es porque eso nos espeja, nos devuelve una situación que nos sigue generando conflicto. Sino pasaría de largo.
La creatividad hace o pone el foco en la posibilidad de variar perspectivas, desrigidizar los hechos y que pueda devenir lo que es necesario. Porque siempre el crear desobstruye.
El censor, el represor, son los personajes que nos vedan el acto de la creación. Porque ponen límite a la libertad de acción de la subjetividad reinante que se abre paso con cada cuestión que formula.
Afirmaciones, porque en la duda no hay creatividad que valga. Operan los mecanismos de castración y se cercena la oportunidad. ¿Pienso que me equivoqué al escribir algo con ce o ese, o sigo y dejo que fluya lo que quiera expresarse? Tiempo para corregir siempre hay. Lo central es expresarlo, que quede plasmado el proceso creativo, que la maquinaria aceite esos engranajes que si no se usan se oxidan.

Crear es estar vivo, es relajar intenciones y darle curso al evento. Aquí y ahora. Sin más. ¿Te oprimieron? ¿Te hicieron ser sumiso? Sacá de ahí la causa de liberación. De los peores momentos surge el acto natural de sacar en forma creativa a relucir algo. Es repetirlo incesantemente, caóticamente, sin principio ni fin, apenas un recorte. Y siguiente.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Ser niño

Ser un niño aún asumiéndose como adulto no significa tener una visión infantil del mundo. Ser niño es sumar una visión inocente, no cegada por “lo que hay que”, que permita crear y recrear posibilidades de inspección. Ser niño es darse la oportunidad de descubrir lo nuevo en cada situación que se presenta, es aceptar que es la única manera de mantener el goce y el disfrute por lo sorpresivo que es vivir.
 
Incluso encarando temas de vida adulta, bajo la perspectiva de niño uno se da la chance de no sumar problemas o esa mirada tan tremenda que el adulto adopta, pensando que ahí reside la inteligencia y la función del mayor. Nada más errado, un adulto niño se anima a descubrir que el problema no es más que la carga pesada que se le pone a la búsqueda de solución; que jugando se clarifica más que preocupándose. Preocuparse es ocuparse previamente, y el niño está en lo inminente, en lo que pasa aquí y ahora.

La proyección es un sistema de vida adulta. Querer entrar en la certeza de que sabemos lo que pasará, cuando la verdad es que no hay manera de dar con ello.
El niño se relame en la incierta realidad, ve en lo que ocurre la única posibilidad de ir construyendo lo que va a venir. Porque sólo haciendo en el momento que toca se puede acercar uno a la seguridad de querer tener resuelto el porvenir. Dando los pasos precisos para armar las reglas del juego que nos compete después podremos retomarlo sabiendo dónde habíamos dejado.

¿Jugamos a inventar? ¿Te permitís crear sin ninguna finalidad específica?
Quién repara en el detalle de un sonido o de una flor que se abre sino el que se da el espacio para tener visión de niño.
El adulto convencional va directo a lo que se propuso sin darse cuenta que en el trayecto muchas cosas pueden sumar al juego en el que se embarcó, y hasta desviar su camino tan marcado para descubrir algo que ni siquiera estaba en sus planes.

¿Qué hay más creativo que un niño fijando su atención en la realidad adulta y sumando alegría a la estructura rígida del mayor que piensa que ya se las sabe todas?
El ser niño enriquece, en el amplio sentido de la palabra. Suma riqueza, pinta colores en la paleta de responsabilidades asumidas, que si no se les da ese toque de relatividad, agobia y paraliza, mientras que el niño no distingue lo peligroso en lo que se ofrece, y sólo repara en su gusto para dar con su deseo.

El interés aniñado fomenta mayores logros porque tiene poca –o nula- mezquindad pretensiosa en su haber. ¿O acaso vieron alguna vez un niño escatimando su expresión con tal o cual finalidad? ¿Y un niño en estado depresivo? Son los adultos los que entorpecen el mecanismo de funcionamiento natural de la especie humana, inculcando valores y conceptos caducos en las mentes de principiantes que todos deberíamos conservar, por nuestra salud y sanidad psíquica. Ser niño es lo más.

Y aquí les dejo el link a un maravilloso libro, de Shunryu Suzuki: Mente Zen, mente de principiante (click en el nombre para bajarlo, formato word). Muy recomendable.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Puesto en juego, o soltá y jugá

¡Cuánto por asimilar y seguir aprendiendo…!Cuando se logra soltar y desprenderse verdaderamente es como que una luz interna brilla un poco más. ¿Quién obra mal si de reciprocidad se trata? ¿Quién puede venir a juzgarlo si lo que vayamos a expresar no puede ser dicho desde otro lugar que no sea de la experiencia personal?

¡Soltá! Uno se genera en la vida real las escenas que sean necesarias para que se exprese lo que prima. Recrear. Si es siempre el mismo juego. Y los efectos rizomáticos devienen en las personas que perciben el juego.
Aldón pirulero, ¿cómo es eso de que cada cual atiende su juego? El involucramiento es vital para que se produzca encuentro.

Asiento. Asentir el otro lo percibe como aprobación. Tendría que haber examen para aprobar algo… Hay que probar, y arriesgar. Ponerse en juego, que le dicen. Sino el desencuentro gana la escena. De ida y vuelta, y no en contienda. Apenas tendiendo el puente.
Quien arriesga más se lleva. Y sólo en el caos se asimilan los cambios porque lo prolijo, lo excesivamente ordenado, no da paso a que se piense la situación desde otra perspectiva.
Sumo, y luego multiplico.
¿Cómo dejar de remitirse a lo consonante? Lo que pasa en la escena psicodramática se traslada al mundo real, al día a día, sin miramientos, porque es un nudo desatado.
¡Desatate, soltá más! ¿Por qué habría que seguir esperando algo del otro que no está dispuesto, o no puede dar?
Ni mejor ni peor. Dis-tin-to. Es otra persona.
Y no soy quién para remarcarle todos los aspectos de autoobservación que tiene delante de sus ojos. Porque los ojos son suyos.

Suelto. Y sólo así puedo afirmar lo que se hace eco. El eco resuena, y renueva.
Dejar de buscar al que no muestra es parte del proceso. ¿Qué aporta? Y sí, si no deja ver sus cartas no hay nada más que hablar, ni que preguntar.
Preferiblemente sin ira, pero que se vaya a la puta que lo parió sino… El hacerse el pobrecito ya no me encaja.

¡Soltá más! ¿Hay necesidad de mendigar cariño cuando se comprobó que sanamente fluyen los mejores vínculos?
Qué es sano, surge entonces. No algo resuelto con moño, sino sentirse entero para dar un paso más. No dejar de darlo, si a la larga la vida es eso, continuo.

¿A quién le ganaste? A tu propio ego, que lucha por hacerte creer que lo que importa sos vos, vos y vos. Dejando librado a la resonancia del grupo soltás esa faceta que se quiere apoderar de tu pensamiento, haciendo creer que estás en lo cierto. Nada más lejano. Porque el insano siempre está alejado, como en otro plano. La tarima no le alcanza y se piensa que la razón es su anclaje, porque su causa se desarma en articulaciones metodológicas. Claro, si diera paso a la perspectiva de lo que lo rodea no sabría qué hacer con tanto cabo suelto. Porque lo que no es él preferentemente elije que pase. La vanidad se apodera de su escena, porque no quiere soltar su creencia, aunque le haga daño.
Ayudar se emparenta muy poco al someter, y querer ser rechazado es parte del que no canaliza su cariño como Dios manda. ¿Manda? Ni siquiera eso, conduce, nos lleva a que se haga hechos lo que esencialmente queremos que pase.
Me quiere / no me quiere… Se marchita enseguida así, demasiada polaridad para que el amor se haga su espacio.
SUELTO. De cuerpo.

viernes, 12 de noviembre de 2010

La Revolución empieza por casa

¿Qué significa estar revolucionado? Palabra tan empleada por los que dicen estar en contra de todo, incluso del sistema del cual les es imposible escapar, estar o sentirse revolucionado lo entiendo como una movilización interna que provoca que muchos de los parámetros y premisas que guiaban nuestros días se vean alterados o modificados para sumarnos una perspectiva que desconocíamos hasta aquel entonces.

Sentir la Revolución en el cuerpo es animarse a pegar un salto de calidad en la propia vida. Es arremeter, caiga quien caiga, contra los paradigmas que sostenían situaciones que preferimos cortar de cuajo producto del hallazgo que nos produjo ese despertar.

La revolución, como pude escucharle decir a Jodorowsky en persona, no es más que una re-evolución. Es dar ese paso de crecimiento que se fue cociendo entre las brasas del fuego interior y que sale a la luz en el instante preciso en que se hace prioritario darle la atención que amerita y eso nos provoca una seguidilla de caída de fichas que nos hace considerar ese momento temporo-espacial como único e irrepetible. Se siente el alma vibrar.


Quienes sostienen o depositan la necesidad de revolución en la sociedad o en un cúmulo de personas tiendo a creer que es porque no se animan aún a descubrir su revolución personal, individual (y no es mala palabra bien comprendido el individualismo) y por eso depositan en el afuera aquello que no conquistaron internamente.

Se trata de una evolución notoria, que se revela al accionar que todos adoptamos como convencional y hasta repetimos que “eso somos”, hasta que divisamos que hay otra alternativa o forma de comportarse y desenvolverse. Sueltos, libres, revolucionarios.

Para ser un revolucionario del vivir hay que tener –en buen cristiano- muchos huevos u ovarios, según el caso, porque implica distinguir que todo logro es un trampolín al próximo hecho que nos revolucionará y hará ver lo que antes teníamos vedado a los ojos.

Nadie puede decirnos cuál es o de qué se trata la revolución personal, porque depende de la capacidad y el gusto que moviliza a cada cual. A lo sumo, existen personas que son toreadoras e instigadoras de encontrar el revolucionario que todos llevamos dentro.
Pero insisto que es necesario tener la voluntad de superación bien puesta para atravesar en principio el camino del dolor que implica desprenderse de viejas creencias, para luego salir airosos y victoriosos de lo que teníamos que recorrer para ver el camino que tenemos por delante con visión de niño, donde todo parece nuevo y sorprendente.

Definitivamente, no hay revolucionario que se precie de tal –al menos en estos tiempos planetarios- si contempla acabar con la vida de otros. De hecho, no es revolucionario nadie que deposite afuera algo que se empieza a sentir en las venas e incluso asombra a aquel que lo atraviesa en cuerpo y alma.

No es conciente, es el producto de la dedicación y la perseverancia, y llega en el instante menos esperado, porque terminó de asentar aquello que bullía y nos hacía ver que había mucho más por descubrir en esa línea de sentido.

De hecho, la Re-Evolución es dar en la tecla del sentido personal, es haber escarbado lo suficiente como para sumar experiencia y desde ahí sentir, respirar, parir, engendrar situaciones y hechos llenos de luz que nos hagan conectar con todo lo que alguna vez imaginamos y finalmente llegó.
La Revolución está en vos. Sos vos.

lunes, 8 de noviembre de 2010

El fin de las cosas

Cuando algo se termina es como si cortáramos de una soga, que no sabíamos qué largo tendría pero que estábamos sosteniendo atada a nuestro cuerpo.
Tensa u holgada, según el grado de intensidad por el que estaba pasando en el momento de ponerle término.

Los hay fines trágicos, los que mueven fichas internas, y también felices, porque implica pasar a una etapa superadora.
Hay finales que se van en fade, porque no supieron o tuvieron la energía de afrontar la despedida.

Hay momentos en que sentimos un profundo dolor por tener que cortar por lo sano y desprendernos de aquello que nos promueve el cultivo de energía estanca. Hay mayor propensión a enfermedades allí.
Y tras atravesarlo divisamos la recompensa de haber priorizado lo que la intuición, más que el pensamiento, nos sopló que hiciéramos.

Machacar con la necesidad de un fin sin por eso hacer el esfuerzo por conseguirlo, es el camino que observo en muchos casos, donde no prima la sensatez -¿vendrá de sensato o sentido?- y esperar sentado el fin en sí mismo parece terminar ganando por cansancio. No suelen ser buenos fines.

Tanto crear como destruir, la necesidad de dar por concluido algo, derribarlo para armar uno nuevo, son parte del proceso creativo, donde lo importante no es el fin sino los medios empleados, recorridos, superados, para alcanzar lo fijado.

Lo que se hizo para derruir y poner cota a la situación, la enseñanza que se pudo obtener en el trayecto de poner fin, suprimir, dar vuelta la página, e incluso, por más que no se vea al momento de concluir, empezar un nuevo proceso.
Porque no hay vacío, cuando terminamos con algo, estamos necesariamente dando comienzo a otra cosa, que poblará de interrogantes renovados el paisaje.
Ese es el fin. Igual que éste.
The end.

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