No hay víctimas ni victimarios en esta realidad bien leída. Y uno se hace cargo de los propios aciertos y errores. Buscar culpables de lo propio es inconducente y genera un hábito neurótico dificil de desterrar, porque inconcientemente opera en nuestra contra. Sos vos y tus circunstancias. Nadie más. Sí, luego los agentes externos operan en función de lo que ven de uno, pero no hay amenaza latente que valga.
Vale más la realización propia que cualquier otro pensamiento, porque desde esa base la interacción posterior está dada desde la alegría misma de vivir y se da a conocer lo mejor de cada uno. No más paranoias inventadas. Sólo llevan a la inacción por temor o resguardo.
A sacar lo mejor de sí, y evaluar, ver qué tiene el otro para ofrecer. Si no sirve, se descarta, y sino se suma a la propia ola de barrenamiento personal. Porque cada cual navega en su río, y se acoplan los que estén al ritmo, sin importar ni juzgar sus modos, tan sólo acompañando.
Tirarse abajo y hacerse el deprimido es tanto más fácil que afirmarse en los propios actos…
Ser víctima nos garantiza que alguien tendrá que acudir a socorrernos.
En cambio, hacer pie en el logro nos enfrenta a un mundo que nunca recorrimos, por el sólo hecho que estamos en el lugar que nunca estuvimos y que deseábamos estar. Una dificultad inabordable por momentos.
Darse espacio para reposar, sin retroceder, en lo alcanzado, nos permite recobrar fuerzas para luego, repuestos y habiendo apreciado el panorama desde esa nueva perspectiva, poder arremeter con las renovadas metas propuestas.
¡Ni un paso atrás! No más deudas o creencias falsas, hay que buscar los objetivos fijados, y conseguirlos, sin por eso estar fallando a ningún mandato mal dado. Todos celebrarán el logro personal, porque si algo prevalece en el entorno alcanzado es el amor. Por momentos, insano, pero ya con conocimiento de causa de cómo salirse y hacerlo resonar en forma amena y gustosa.
A por ello.