viernes, 19 de julio de 2013

Siete mares

Drenar es zanjar, hacer surco posible en la tela que hace la vez de mapa que demarca el límite de lo posible, y pudiendo es que lo vamos haciendo.

Yo puedo porque hago. Sino no puedo dimensionar la certeza de realización. Me hago al hacer, te hago, nos hago. Y la confianza determina la sustentabilidad de la sugerencia, que puede tener eco o permanecer en el anonimato, sin importar si así lo gustamos o no, pero primero hecho, realizado, concretado, encarado, demarcado, sumido a la instancia de realidad que constata y refleja qué ocurre con las energías entreveradas. Algo se da. Surge una formulación que resulta de las partes intervinientes. Pueden pasar a firmar. Afirmar, o consentir. O deformar, y fenecer.

¿Nunca empezaste una hoja en blanco? Es dar un marco de expectativa a lo que deviene en forma sugestiva al encuentro de lo que se formó. Es dar paso a que pase algo, como cuando uno se acerca a la esquina a ver qué hay del otro lado, aquel que no es visible hasta tanto logramos el ángulo recto inicial que nos permite empezar a percibir lo que antes se nos negaba.

¿Y qué pasó? La sorpresa, las ganas de que aparezca algo sobrenatural, o natural a secas, ni más ni menos. Lo distinto, que nos hace querer contar esa historia y que se sostenga en su desarrollo, que nos entusiasmemos con el afán de que eso pase, de verlo plasmado. Si al fin de cuentas, la energía que se le proyecte a un hecho es lo que hace que esté pasando, sin importar si lo ven otros -hologramas que reflejan lo que desde adentro generamos- sino el grado de importancia que le estamos asignando. Pasa porque querés, y yo sí quiero.

sábado, 6 de julio de 2013

De duelo

Duelar es darse espacio a sentirse triste, atravesándolo y permitiendo recordar lo vivido, lo que nos regaló la persona o situación que se duela.

Duelar duele. Es matar la ilusión, es desencantarse con el sabor que tiene la realidad, al menos por un tiempo, y distinguir en qué lugar de esa línea de tiempo nos sentimos.

Saber hacer un duelo no es algo que se consigue fácilmente, porque normalmente se tiende a escapar a la idea de sentirse mal por un espacio temporal, o abatido, porque ¿a quién le gusta eso?
Entonces algunos en lugar de atravesar el duelo eligen obviarlo pero, si realmente fue simbólicamente relevante lo que murió, nos aquejará la sensación, porque duelar no es algo que se elija, sino que se aparece, esa sensación de desgano, de vulnerabilidad, de abatimiento, de congoja, de mierda, como quien dice. No por nada a la muerte se la llama Parca; la sensación tras estar cerca de algo que fallece, que se desintegra, es de una parquedad pasmosa.


Duelar es conflictuarse con que esa pérdida no estará más. Chau, se fue, y tenemos que imaginar o proyectar un porvenir distinto sin ese estandarte que sostenía, o estaba, y caemos en su importancia al dejar de tenerlo.

Un duelo vivido, sentido, animado a corporizarse, nos permite liberar esa energía estanca que se percibe al refrescar la idea de que no volverá a estar, de que esa linda sensación de compañía desapareció; y tras salir del oscuro túnel se puede avizorar un futuro y buscar concretarlo. Abocarse a que cuando nos duelen nos recuerden con una sonrisa.
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