Esa maldita, en primera instancia, sensación que es el dolor puede tener variadas lecturas según el foco con el que se decida abordarlo.
Con buena conciencia, el dolor es el paso previo necesario para ver el mundo con una posición más de niño, más despreocupada.
Aquel que realmente sufrió sabrá darse cuenta que mucho de lo que luego se presenta como un problema no es más que un obstáculo más en el camino, el cual podrá superarse con perseverancia.
El experimentar el dolor abre las puertas a nuevas visiones.
¿Quién tiene ganas de sufrir más de lo necesario? Sin embargo, a veces nos construimos realidades dolorosas, sólo para revolcarnos en la angustia. No sense.
Focalizar en lo que produce el dolor, y buscarle la vuelta en tono humorístico siempre es la mejor receta para hacerle frente.
¿Hay un antídoto más efectivo que tomarse con risa aquello que nos atormenta?
Sin pensarlo surgirá la solución.
Y otras veces no tiene solución, por lo cual sólo resta hacerse amigo de la sensación. Saber que no siempre pasa por omitirlo o extirparlo rápidamente.
Cuanto más nos animemos a convivir con él, menor preocupación nos generará estar doloridos.
Debe aceptarse como parte de un proceso. Y confiar en que ya se irá, cuando menos lo encerremos. Más bien hay que ventilar, abrirle todas las ventanas posibles para que fluya y nos invadan otras nuevas sensaciones más gratificantes, pero no por eso menos intensas.
El dolor es intensidad que se expresa en clave de padecimiento y que nos abrirá paso al posterior PLACER.
Placer de no estar sufriendo más.