miércoles, 30 de junio de 2010

La ley de la selva (de cemento), o catarsis ciudadana

Estos días me encuentran arrojando por la borda, soltando, entregando a la nada misma las creencias que por un tiempo dieron pie y sustento a lo que venía tejiendo.
La vida en la ciudad, en ésta, en Buenos Aires, es cada vez más penosa y dura. Y no es algo que percibo yo solo. Es un hecho que, cuando se entra en confianza y se empieza a sacar las corazas que todos ponemos y tenemos para poder habitar un espacio de comodidad y consolidación que nos haga pisar sobre firme, muchos se animan a compartir.

Cada vez noto más la necesidad de las personas de agarrarse de lo que sienten un recurso indispensable, y desde ahí accionan como si fueran animales dispuestos a rodear a su presa.
Presos de la fantasía de alcanzar un grado de afianzamiento social, de escalar por sobre lo que se tiene disponible, que en el espectro de cohabitación que se hace posible entre estas paredes de concreto parece ser todo.

¿Hay algo más por alcanzar que plata, escala social y poder sin ser? Desde luego, sólo que en la voracidad del día que se come al siguiente todo parece indicar que de eso se trata vivir.
Presiento que la ciudad nos muestra cada vez más frente a nuestras narices la disociación imposible de sortear de quienes quieren tener más y hacen lo que sea necesario, sin importar sobre los cuerpos de quién pasen, y quienes saben no podrán acceder a lo que sus conexiones a la civilización impostada, los medios de (in)comunicación y su gente misma, les muestra como materia a alcanzar.


Los pobres desean lo que los ricos ostentan y no pueden tener, los ricos piensan que sólo tendrán más pasando por encima y pisoteando las cabezas de otros tantos. Ni uno ni el otro definen su paridad inconclusa. Saben -¿o no son concientes?- que persiguen la zanahoria inconexa de aspirar a logros esporádicos e insustanciales.

¿Y qué conviene hacer estando en esta esfera de socialización incongruente y disímil? A la larga, si se mantiene en el micromundo que nos dibuja la cosmociudad que todo lo abarca y cree contemplar, se entra en el círculo vicioso y cada cual define objetivos al alcance de sus manos y posibilidades, acotado por la creencia de que esto es lo que hay que perseguir.

Sigo creyendo que no va por ahí. Aunque choque contra las estructuras de toda persona que tiene su rumbo marcado por la inminencia y la necesidad de pagar facturas, y pasar factura al subsiguiente, como un pasamano donde el último será quien apague la luz y salte en grito al cielo, y la piedra será lanzada por el que cree que no tiene pecado.
Pero es pescado podrido, porque el que está dentro no puede ver mucho más que lo que su necesidad concreta y diaria le permite divisar.
¿Quién puede mantenerse en pie sin caer en la inapetencia del vicio circunciso ocasional y esporádico del agotamiento y dislocamiento ciudadano eterno?

Y de ahí se decanta en la mentira a uno mismo, por ende a lo que rodea al ser incompleto que se puede ser. Hay que salir a probar alternativas…
Y cada cual se aferra a la que cree su salvavidas, pero se dificulta si se ve otros seres que no tienen más salvaguarda que sacarle al otro para creerse dueños de algo que no tienen, y por eso necesitan.
Más caos, doblado a la potencia del que envidia y no sabe alcanzar, del que ve la ostentación y no sabe cómo conseguir por sus propios medios.

Después se desfasa en pedidos de protección, que alguien dé la seguridad que se perdió a fuerza de distanciarse de la realidad, y ahí el abismo ya es infranqueable.
Ni saltando ni construyendo muros de contención y aislamiento se podrá salir de la película montada y producida por los actores del reparto inexacto (porque la equitatividad es un invento de los mismos que no supieron conseguir lo que quisieron lograr y se les vedó producto de su ineficiencia) que siguen como bola sin manija haciendo la pantomima necesaria para mantener a la gente entretenida en el ida y vuelta político y mediático.

Pura ilusión. ¿O alguien cree que votando a una persona algo cambiará? Es un grupo, un conjunto, el que puede generar el cambio. Y aún así va de la mano de lo que la masa que habita un lugar pide como solución, cuando ésta está sólo adentro de cada uno.
Mucho para pedirles que lo indaguen. Incursionar en resoluciones personales es más difícil y comprometido que echar culpas al por mayor a agentes externos –los hayamos elegido o no- y así nos sentimos pulcros y santos, preservados de errores y creemos que hace falta que el otro genere el cambio. Nunca empezará por afuera.

Pero la ciudad nos hará creer que lo que nos falta para conseguir lo que no tenemos nos lo sabrá dar algún personaje elocuente y dadivoso que nos muestra eso que se puede tener si fuéramos como ellos.
Un verdadero circo montado por la escalabilidad de la materia y el dinero que todo lo puede conseguir.


Y mientras, cada vez nos alejamos más de la capacidad espiritual, de la Naturaleza que nos regala la verdadera realidad (¿alguien se da cuenta que el mayor espacio verde de la ciudad está a espaldas de todos los edificios, y que con frecuencia se lo incendia producto de la necesidad de seguir consumando el mayor negocio inmobiliario que hoy en día es Puerto Madero? Me refiero a la Reserva Ecológica) y somos rehenes del intercambio constante que se hace indispensable para vivir coherentemente en forma estable y sin sobresaltos mayores.

La búsqueda se convierte en prioridad de estar sustentados por algo que no elegimos, sino que culturalmente se nos impone como logro mayor sin que hayamos decidido siquiera si eso es lo que queremos para nuestras vidas, que persiguen el aviso o producto que vimos en la última publicidad del programa que más nos gusta y que perdimos de vista que lo vemos para relajarnos y distendernos del tenso día que vivimos para juntar el pan diario que nos permite comer y, eventualmente, mantener a los seres que queremos ver bien y felices.

Y así se sigue en el círculo que nos hace no salir ni para tomar aire y respirar entre tanta asfixia y enfermedad posmoderna, como los ataques de pánico y otros, que se calman con más farmacia que tapa y esconde debajo de la alfombra lo que no podemos ver porque estamos lo suficientemente metidos hasta el cuello.

Y la cuota, y el vencimiento, y todo caduca y se entrega a la minucia de la citación de pago y el cumplir con la rutina del que no se permite ver que la vida no va por esa vía.
Mejor seguir tapando, porque reaccionar implica una jugada que se sale de la convencionalidad, y a veces conviene sólo hacer lo necesario para dejar contento al cercano y querido, ni más ni menos. Está bien si para muchos es lo que los deja satisfechos pero, por favor, no me vengan con que eso es vida.
Es tan sólo subsistir en una jungla de cemento que nada tiene que ver con la realización y gratificación de estar vivos y respirando.

domingo, 27 de junio de 2010

Careta

Es decisión de uno, si seguir accionando en función del otro
o si empezar a ejecutar según la propia perspectiva,
por más incierta que sea.




Careta

Hay instancias de la vida en donde ciertas situaciones no se pueden definir con palabras del vocabulario convencional. En esos momentos, para dar con la sensación o el ánimo, suelo –en conjunto o solo- buscarle un nombre que dé con ella.

En este caso quiero explayarme sobre una que percibo con más asiduidad que de costumbre últimamente. El careta.
Ser un careta se refiere a las personas que eligen evitar directamente aquello que es preferible hablar y desactivar. Ocultan el verdadero motivo de incomodidad y tratan de salir airosos del momento sin importar si queda resuelto el escollo o no.


Caretearla, actuar como un careta, es no tener claro el rumbo y, por temor, no acceder a resolverlo con los que se comparte el instante mismo de resolución.
El careta se preserva y si no le tocan el rancho piensa que sale victorioso. Tiene su castillitos de arena montado y guay de que se lo soplen. Elige actuar con las cartas ocultas y, de ser posible, que nadie se percate de su modus operandi.

El careta le teme a la espontaneidad, a la charla franca y debeladora, prefiere ponerle un velo de misterio inexistente a lo que vive y, sobre todo, la sinceridad no habita su cuerpo porque eso haría que su jugada quede sobre la mesa, y ahí sabe que sale perdiendo.

El caretaje es aquello que ocurre en lugares donde la apariencia le gana a las personas y su forma de ser. Lo auténtico queda enterrado para darle paso a la superficial actitud del que cree que eso le permite salir sin heridas de lo que está viviendo. Nada más lejano. La vida termina cobrándose su parte a la larga con el careta porque no puede pasar desapercibida su forma de comportarse y hacerle frente a lo que se le presenta.


Dejar careta a alguien se refiere a otra cosa, a las instancias donde uno queda anonadado ante lo que está haciendo el otro. No lo tenía previsto, lo shockea, lo hace rescatarse y caer en que la persona que estaba acompañándolo en el viaje no es más que una pantomima ilusoria y no comparte códigos ni perspectivas existenciales del vivir.

El careta es el opuesto al abierto y pleno al encuentro, el careta se pone esa máscara imaginaria y trata que todo pase y quede inadvertido, porque sabe que está comportándose de un modo erróneo, u opuesto a la plenitud de la coexistencia con el par que está con él. Habita la duda eterna, y ni siquiera es capaz de confiar en su compañero de ruta porque teme que su plan –porque siempre tiene un plan preexistente- se caiga.


Se cae, sin dudas, pero porque su sustento no está avalado en el compartir sino en que no se note su proceder, porque así tendría oposición o argumentación contraria, y eso no está dispuesto a soportarlo.
El careta es, claramente, el opuesto al modo de proceder liviano y desinteresado. Está auto-observándose constantemente, y si algo toca la esfera que supera su micro-burbuja elige obviarlo.

El careta prefiere evitar todo aquello que se sale de su concepción de mundo. Está acotado a actuar como tiene preestablecido su esquema, piensa que eso sustenta su idea preconcebida y no da paso a lo imprevisible de la interacción natural, verdadera y enriquecedora.

El caretaje elijo distinguirlo y mantenerlo bien lejos, porque una vez que se entra no hay retorno. Es cíclico y hasta pasa desapercibido para aquel que se comporta así. Piensa que está en la claridad del que no tiene nada más por recibir del afuera, o que le hace daño todo lo que quieran aportarle. Esa coraza de caretaje termina convirtiéndolo en un insensible a los eventos inciertos y cruciales de activación que toda vida sobre rieles de realización requiere.


El careta prefiere ocuparse sólo de él y no darse cuenta –o hacerse el boludo olímpicamente- ante lo que le sucede al otro, porque esa situación lo supera o elige no darle cabida, quién sabe por qué juego engañoso de su cabecita, que no le deja ver la cosmicidad y energías generando sinergia necesarias para ampliar voluntades y promover un proyecto conjunto. Sea una charla tan sólo o un evento más significativo.

El careta es realmente la persona que contrasta en un todo con mi modo de vida. Así que por eso elijo transmitirlo y contarlo, para que se puedan sentir distinguidos y mantengan la mayor distancia posible. No aportan, y en los tiempos que corren, imprecisos y zigzagueantes, tan sólo son una piedra en el zapato. ¿Para qué tenerlos cerca?, si hay tanto por vencer y sortear, y los caretas apenas si distraen la atención. Hagan la suya, sí, pero por favor intenten no ocasionar mayores inconvenientes al que busca expandir sus horizontes sin hacer daño ni aparentar lo que no es.
Así, lo que es, aunque no esté del todo claro, definitivamente, aparecerá.



miércoles, 23 de junio de 2010

De vuelos, egos & eject

Ahora esperando. Hacer las cosas con tiempo permite ver situaciones que sino en la urgencia se escapan. Es como que te hacés un lugar para lo no contemplado. O para contemplar, justamente.

Ser ejecutor y quedado a la vez permite aventurarse en fantasías propias del iluso que cree que todo cambia de un día al otro, y también sé que no es verdaderamente así.
Puedo cambiar de perspectiva, de enfoque, pero será igual de dificultoso.
Como que puedo divisar lo sucesorio y esporádico de todo.
La trascendencia se hace efímera y banal al darme cuenta que es para que pase ahora y, luego, se desintegra en el éter.
Si uno está volando, comparte la sintonía con ese éter airoso que pide que pasemos al otro lado y nos da un envión de realización.

La lucha del ego es de por vida. El querer que prevalezca uno por sobre el planteo del otro parece ser que se hace consistente más allá del espacio de comunicación.
Siempre sobresale algo por contraposición a lo otro… Son las ganas de hacerse notar más sobre el otro que quiere imponerse. Una cosa reemplaza a la siguiente, y a dar paso y lugar a lo que se despierte.


Hay eventos, momentos, circunstancias que todos percibimos como fijadas por el destino, que ya estaban escritas en algún lado, y lo que uno hace es sólo mirar lo que se desenvuelve en los hechos para respetar lo destinado a suceder. Predestinado.

viernes, 18 de junio de 2010

¿Lo que quiero y debo? Lo que puedo

Voy pisando las limitaciones personales de no poder inspeccionar más que la oportunidad de dar contra el rebote superior.
El que marca la distancia y no permite sancionar otra instancia que no sea la propia, que permite indagar más que la incierta armonía que sepulta los dislates, eternos y estúpidos que no tienen más paciencia que la desdichada incertidumbre de colmar el vaso de mi voz.

Voy y vengo, y así de distraído dejo que pasen los tiempos de esta carrera desenfrenada hacia la nada, si total nadie puede darse a salvar o conocer si no es con el disparate del que acepta la razón. Tal como viene dada, sin imprecisa certidumbre, con la congoja de elegir no ser hoja sino tinta, que escriba la historia del que puede ser y no se anima, del que intenta primar en la cima, y no hay pócima que digne ser sin tanta terminación.

No creo que vaya donde creí que iría. No me dan ganas. Voy a dejarme llevar por lo que prime en precisas voluntades.
Hay gente que al no poder con su vida es manipulera indefecta, y siento que hago lo mismo al no cumplir con mis deberes. ¿Lo que debo quiero? ¿Y si no quiero, lo debo?
Voy a pensar que mañana puede ser distinto pero no me privo de verlo con realidad.

Buscar herir al otro no tiene explicación, y lo aplican los que andan desdichados por la vida y le transmiten su pesar a cuanta persona cercana y afecta se encuentren.
Quiero llegar y pedir comida. Descansar el marote para ver si mañana puedo hacer lo que me propongo. Es un paso para la humanidad, y mi desarrollo, saber, aprender a consumar lo que insinúo.

¿Qué más puedo pedir? Relajar las causas de acción y dejar que decante.
A ver qué pasa si me prodigo buen trato… quizás se da lo que esperaba sin importar lo que se daba.
Desagote por sí sólo. Voy impreciso en el recorrido de conocer la pérdida de tiempo que ocasiona mi desazón.

Si no quiero decir nada, simplemente no lo digo. Para qué andar con vueltas cuando está claro que no se transforma lo que se lleva dentro sino la intención de superarlo y darlo a conocer.
Si me canso de algo o alguien tengo que saber cortar por lo sano, y no buscarlo más, sino dejar que decante la sensación potentada de que ese modo de relacionarse quede atrás.

No hay que hacer tanto hincapié en lo no resultante, sino en lo que aún así va para delante por la causa que eleva la producción.
Tener algo que te motive hace que el paso del tiempo tenga sentido, sino como que estás donde no querés y hacés lo que no debés.

lunes, 14 de junio de 2010

Azar y otra vuelta de tuerca


Amo el azar.
Saber que no tenemos idea fehaciente de lo que ocurrirá, y que, en alguna instancia, está librado a esa voluntad de expresión cósmica que es azar interpretado por alguien que cree que todo ocurre por algo y para que se exprese algo, es superlativo. Y sobre todo, inentendible.

Los hay matemáticos, que creen que el azar es una cuestión numérica y estadística. Seguí haciendo números, el azar es el azar.
Los hay posesivos, que creen que esa característica se expresa en la ruleta, o la lotería, pero aquellos dejan de entender que el azar no se hizo para salir victoriosos, sino para no tener la más pálida idea de lo que ocurrirá en lo inmediato.

Hay gente esquiva a esa determinación que piensa que controlando y comportándose de forma obsesiva ante sus iniciativas, el azar podrá dominarse. Pobre de ellos, las falta comprender la otra parte de la externalización divina, darse cuenta que uno entrega, hace eco de sus deseos, pero luego el Universo se complota para darnos los resultados, atados y coordinados a las energías entregadas, sí, pero nunca soltando la expresión que supera nuestra acción y nos deja expectantes de la definición.La definición por penales es la clara muestra del azar mismo.

Si uno no aborda e interactúa con la propia energía a las situaciones o personas que se encuentra, está sumiso, entregado a lo que el otro pueda proponer.
Al no elegir, al no proponer uno, se está a voluntad de entendimiento e interpretación de la otra parte de la pata comunicativa, la del interlocutor ocasional y lo que pueda sacar en limpio de la expresión de deseo conjunta.

Hay veces que socialmente se cree en la mentira, por conveniencia, porque ser sincero, puro, auténtico, atenta contra el mandato y formato convencional para lograr una convivencia posible.
Se minimiza, se disminuye la chance de apertura del juego con tal de tener la seguridad de que lo planteado o (pre)establecido gira en torno a nuestro saber o conocimiento standard. Es el cobijo cercano.

viernes, 11 de junio de 2010

Suerte, D10s

Dios y su Messias. D10S. Dos diez, un Dios. Dos y 10 más.
Mascherano. Y diez más.
Diego. Di ego. Ego.
Lionel Messi. El mesías. ¿Messi será el as? Lio. Hará lio.
A la larga, son 11 jugadores, rotativos, tratando de demostrar su predominio de habilidad por sobre otros 11 que patean para el otro lado.


Maradona llega a conquistar Sudáfrica. Hay otras 31 selecciones que quieren hacer lo mismo. Fútbol que guía el humor social. Sociedad que se entrega a los devenires de 23 monstruos que harán lo posible por conseguir la gloria. No es fácil, por más que muchos piensen que es más simple conseguirlo que no. Nada más lejano.


Ganar un Mundial implica destacarse por sobre el resto, pero también estar con la suerte del caso. Son, al fin y al cabo, 7 partidos en el mejor de los casos. Y que la pelota entre es cuestión de habilidad de los que atacan, pero que no entre en el arco propio, o que se estrelle contra el palo en una aleatoria definición por penales, es parte del destino mismo.

¿Estaremos destinados al éxito? En un mes lo sabremos.
El hecho es que prepararse para este tipo de torneos es de una exigencia superlativa, y parece ser que Diego Armando (equipo) es el indicado por la historia para llevarlo adelante nuevamente. Fe, esperanza, condiciones, faltan, sobran, desbordan de entusiasmo y veremos qué se traen entre las piernas. Porque a la larga, por más técnico que tengamos, los que definen la cuestión son los 11 que están adentro, y capacidad y habilidad les sobra. Veremos si se les da esta vez.

La suerte es necesaria. Desde acá acompañamos. El resto, es pura chachara futbolera, e incluso de los que no entienden que un Mundial es la consumación de habilidad de cada selección nacional. Todos buscan lo mismo, se le da a uno sólo. Ojala sea a Argentina en esta oportunidad.


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