¿Quién te ha visto y quién te ve?
No sos más que una fantasía creada desde el anonimato de los que creen que la esencia de alguien prevalece por sobre los cambios concretos y tangibles, y que uno puede dedicarse a crecer y evolucionar hasta saberse dispuesto a enfrentar, verle la cara a su señoría, que se nos hace presente.
Lo vernáculo, o autóctono, de la fantasía es que no pretende la participación de otro, si se da es mejor, quizás, pero es sólo la idea creativa la que nos da un particular interés por ese deseo escondido, lo oculto que sale a la luz.
Fantasear no es algo reprimible, se da, pasa, por más puritano que se pueda ser –o más aún-, en los sueños. O en la creencia de algo erróneo, porque la fantasía no siempre es algo sexual o amoroso, puede haber fantasiosos de tragedias. Los que la flashean con que toda hecatombe asecha.
La fantasía es un antojo, un gusto por pensar en algo que nos da placer, que nos genera adrenalina. Una quimera al servicio del propio deseo que traslada la imaginación a planos de regocijo, y no exijo, apenas si puedo ser prolijo, adiós m´hijo.