miércoles, 30 de septiembre de 2009

Un sueño real

“Me levanto y lo primero que me sirvo es un porro. Ese trastoque temporoespacial me divertía de sobremanera, era de repente estar haciendo algo sin saber si eran las 9 de la mañana –como eran- o las 3 de la tarde. Era un espacio de no tiempo, en donde entretenía mi verba y mis condiciones sin importar lo que está bien y mal considerado. Pura experimentación.

Había tenido en 3 años más experiencias llamativas que un bombero –en su literalidad de trabajo con las llamas-, entre encuentros sexuales fortuitos, escenas entre conocidos, inciensos, cortinas encendidas, a pocos metros, y viajes de ácido entre cuatro paredes, que se ablandaban con sólo mirarlas fijo. De todo, lo necesario.
Ahora sabía que estaba en las últimas. No me quedaba mucho más tiempo libre para distender en ese lugar, tenía que dar el salto.”

250 metros separaban su cara del piso, por allá abajo, en planta baja. Él estaba en el 20 y veía con ganas la idea de experimentar la muerte.
Fue ahí cuando reflexionó en pocos segundos sobre su vida, lo que hizo y lo que le falta, porque es mentira que las personas se plantean lo que pasó al estar cara a cara con la muerte, también les invade lo que falta, lo que les tocaría en ese momento, lo venidero.
A no ser que se tenga muchos arrepentimientos en el haber.

Nuevamente se salió del tiempo-espacio y pudo darse cuenta de la realidad. Que es una, pero con los sentidos alterados cualquiera puede ver o interpretar otra, sin que valga la observación externa de que no es así.
Y en ese instante mismo, se puso los cortos, y salió a correr. Sin importar mucho lo que su cabeza le decía, tan sólo sentir la libertad de correr, libremente, atravesar la ciudad y aparecer en un verde libertario, que le permitiera contemplar algo más que sus narices.
Un horizonte por el cual reclamar, luchar, pelear, que es lo que a la larga mueve a las montañas.


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