viernes, 18 de septiembre de 2009

Sin palabras

Cuando las palabras mueren, cuando no tienen más vuelta que generar un sinsentido ocasional, se suele creer que no hay comunicación, o falta de. Me permito descreer un poco de eso, y a hilvanar una explicación.

Las palabras, no voy a venir a descubrir, tienen un efecto inmediato, concreto y directo sobre los interlocutores del momento. Pero también es real que a veces son simples recursos, mecanismos de defensa, para no decir nada. ¿No les pasó nunca que al intercambiar palabras con alguien terminan sintiendo que cada uno está entendiendo lo que quiere? ¿Y que si le seguimos buscando la vuelta por la vía oral no sólo no se llegará a nada sino que embarulla y da la sensación de que no nos estamos comprendiendo?

Suelo creer que el camino de la palabra es un arma de doble filo. Por un lado, ayuda, conecta, acerca a las personas, pero por otro, al menos para los que estamos muy entrenados en el ejercicio de hablar sin parar, psicoanálisis mediante, a veces se puede convertir en eso, un mero ejercicio vicioso y falto de contenido.

Últimamente, vengo practicando en ámbitos sociales la apreciación de la comunicación de las personas, y sinceramente, las palabras no son tan importantes. Uno puede abstraerse y ver la interconexión de mundos por la vía de la gestualidad, tremendo campo de exploración, que a mi entender determina mucho de lo que luego pasará entre los vínculos entablados.

¿Nunca se encontraron con alguien que se agarra de lo que se dice y fuerza la literalidad de lo expresado? Un plomazo, porque al hablar uno va dándole sentido y forma a sus ideas, y nada tiene de malo ser una persona que por momentos se contradice. Es la exploración misma en la que decidimos entrar en compañía de quien desee hablar con nosotros.

¿No es divertidísimo charlar con alguien con quien decir boludeces o jugar continuamente con las palabras hasta perder la razón es parte del intercambio? Y cuando la intelectualidad juega su partida, ¿no es desagradable encontrarse en un diálogo que sabemos no conduce a nada? ¿Y no es precioso conocerse con alguien a grado tal que creemos saber lo que dirá sin que lo haya pronunciado aún?

E inmiscuirse luego en el lenguaje de los gestos es otro cantar. Se abren puertas, se sortean obstáculos limitantes que tienen las palabras mismas por definición. Entender una mirada, resonar con una actitud corporal es para entendidos, al menos entre sí, que es lo que a la larga buscamos al interactuar con alguien. Comprender y ser comprendido.

Y ni hablar del lenguaje corporal, cuando los cuerpos se atienen a “hablar”, las palabras están de más. Quedarse sin palabras es reconfortante y liberador. La sensación de haberse entendido con alguien sin formular palabra alguna es transformadora. Durante una época, con amigos, cuando nos conectábamos de esta forma decíamos “hubo tubo”, porque algo que no tiene explicación verbal hizo que supiéramos lo que estaba pensando el otro. Entendimiento del bueno, sin menospreciar las palabras, pero respetándolas y sabiendo que no son imprescindibles.

Personalmente, lo recomiendo.

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