Qué lleva a los hombres a elegir a La mujer que lo acompañará, cómo mínimo en un largo período de sus días, y hasta a planear proyectos inabarcables si no fuera por la fuerza que los dos deben ponerle. Sea un crío, una convivencia en cuatro paredes, libres de tiempo o con las exigencias laborales a flor de piel. Las que uno mismo se genera, cada cual en su metier.
¿Pero que nos lleva a tener que elegir? ¿No es que en la variedad está el gusto? ¿Estoy confundido o durante largo tiempo se le dio mucha bola a una premisa, un valor de vida que nos fue imposible de cumplir, a la sociedad toda? Las peleas por “engaños” encabezan el ranking de divorcios, recurso que se tuvo que inventar para contrarrestar tanto troglodismo de encasillar a las personas en escalas de palabras, limitantes, necesarias para comunicarse, pero no para sentir.
El tener que respetar la convención de que casarse, o noviar, es exclusividad comprada nunca me convenció. Más bien optaría por aportarle algo a la relación que mantenga una llamita siempre encendida, a pesar de los obstáculos que deberá pasar.
Casi por definición un vínculo tiene sus aspectos positivos y negativos, aflorarán en el momento que sea necesario, e inmediatamente empezaremos a “evaluar”, categorizar en nuestros propios esquemas de razonamiento la dimensión de entusiasmo que nos provoca esa persona que allí se hace presente.
Estar presente. Esencial para saber decidir por el camino indicado. Que también siempre circunda un momento de nuestras vidas. Nunca nos dijeron que iremos cambiando con el tiempo, pero es lo que pasa, y de esas sensaciones dependerá a quién queramos como compañera de emociones. Hay períodos en que el amor de un amigo puede ser más contenedor que el imperio de una hembra que sepa calmar este constante deseo de más.
¿Qué hace que se tome la decisión conciente de que no nos calentará más el sexo opuesto desde que nos casamos? ¡Una vil mentira! ¿O una “mentirita piadosa” y todo al carajo lo construido? No puede ser que penda de un hilo tan débil una relación amorosa, como la que se quiere lograr con la persona con la que se comparten muchos gratos momentos…
Yo agarro para acá, ¿vos? O uy, ¿te puedo acompañar?, parece ser la propuesta continua para quien se digne a soportarnos buen tiempo del día, de las horas, con quien se nos haga una celebración el vivir y encarar nuevas metas y soluciones posibles. Acompasar. Ser el relajo del otro, distender las intenciones y dejar paso a las sensaciones.
Por sólo integrar parte de un reino que nos será imposible habitar, el de la femineidad, el consabido sexo opuesto, la mujer, pertenece a esa escala de valores que nos parecen ajenos y nos producen deseo a la vez. Por distante, por complementario.