lunes, 21 de septiembre de 2009

La soportable liviandad del ser

Hay momentos en que logramos cierta liviandad, soltura de cuerpo, estemos en el lugar que estemos, podemos sentir, palpar la sensación de estar livianos como una pluma como para relacionarse, vincularse con el entorno sin ninguna carga que nos limite el accionar.

Suelo creer que afloran más estos estados de apertura cuando estamos ya en movimiento, con las células corporales activas, como cuando se termina de correr –o de hacer cualquier otra actividad física- que los cachetes como que aprietan el botón de on y se ponen rojos como tomates. ¿Será que les llega el mensaje de encendido?

Cuestión que en esos momentos las posibilidades que se abren las sentimos siempre de acuerdo a nuestro deseo, acorde a lo que esperábamos, por el sólo hecho de que estamos presentes, de la única forma en que habría que habitar el espacio propio, sólo que a veces nos distraemos con banalidades superfluas que nos quitan la posibilidad de sentirnos así de livianos.

Sin mochila que cargar, sin nada que decir para satisfacer al otro, para quedar bien, como se dice, sin necesidad de generar un vínculo donde haya que colmar algún tipo de expectativa.

En esas instancias de no ataduras, de sentirse uno con el todo, es que más nos permitimos ser sorprendidos. Muchas veces, en la vida se nos presentan situaciones que nos ponen en aprietos, ante el tener que decidir qué hacer. Si logramos este estado de “peso pluma”, donde nada es apremiante ni se está jugando algo tan relevante, en principio, podemos sentirnos tan libres que cualquier decisión o determinación tomada será de acuerdo a lo que buscábamos. Porque salió, se expresó, en un momento en que no teníamos una carga que alimentara el traqueteo mental.

La mente, el cuerpo, el alma o espíritu, y todas esas denominaciones que le ponemos a lo que siente nuestro ser físico son subdivisiones útiles para poder expresarlas por separado desde el habla, pero adentro está todo mezclado en un conjunto que si lo alimentamos de mucha información queda sobrecargado e inactivo, mientras que si nos permitimos estar en esta sensación de soltura se unen y se borran las contradicciones para dar paso a una interacción plena con el entorno, floreciente siempre que nos vuelva una energía en sintonía con lo que sentimos en el momento y lugar mismo en que decidimos estar.

El resto, conviene dejarlo al costado, para que no se vuelva a llenar la mochila culposa y podamos meter ahí sólo lo que nos sirve y es funcional en la circunstancia en la que nos encontremos. Así, livianos, como si fuéramos pegando saltos cortos y con la vista puesta en el horizonte, porque lo que vendrá siempre va a estar bueno, o como queramos que esté.

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