Creer es crear. Crear la propia realidad.
La creencia es un acto de fe destinado a dar solvencia al sentir que nos domina, que se apodera de nosotros. Uno elige si darle rienda suelta a esa sensación tan particular que es el creer, el elevar las ganas de que lo que está allí sea tan trascendente como para hacer confiar en que es lo que nos tenía que pasar.
Están los que no creen en nada y por más que ese instante sea un paso a la libertad misma, están imposibilitados de verlo, de conducir esa vía de pensamiento hacia un paraje con destino.
Creer o reventar.
Crea el que se anima a ser creativo, su propio creador en la carga hostil que le sugiere el mundo, por más que también se elige si verlo como ese peso o si hacer lo necesario para mejorarlo.
Crea el que cree que es posible verlo con ojos de niño. El que cree que puede hacer algo por construirse su realidad, inconsciente incesante, de olas navegante, y sabe que el reír es posible, para liberar al campo creador, su origen que habla y su vista que dirige, la mirada hacia adelante, sin saber qué pasará.