Ayer un amigo me propuso ir al acto por el día de la Memoria. Primero dudé, porque no soy muy afecto a las manifestaciones en masa. Tiendo a creer que en el amparo de la cantidad de personas que hay, se suelen proclamar ideas que no necesariamente identifican a la mayoría.
Por otro lado, comprendo el dolor de aquellos que perdieron a algún familiar en una época belicista y llena de odio de nuestra historia como país, que no es tan lejana aún como para dejar de lado los rencores y deseos de ver muertos a "los del otro bando". Pero, como manifesté el 24 de marzo del año pasado, para mi la memoria no es sólo recuerdo (click para leer la nota) y prefiero hacer hincapié en otras características a no olvidar para lograr salir del fango en el que se empantan los que siguen creyendo que el gritito pegadizo de "el que no salta es militar" tiene algún sentido.
Aún con esos valores discordantes con los concurrentes, agarramos la bici y nos mandamos a ese encuentro de personas dispuestas a avalar la existencia de este día tan particular. Me gustó estar allí. Principalmente, me agradó ver a un cúmulo de gente, variada, heterogénea, en la Plaza de Mayo, corazón político de esta ciudad, que circuló, se expresó, dijo presente, gozó del espectáculo y se retiró. Corazones de papel decoraban la plaza toda, como símbolo de la paz en la que se desarrolló, y dos pantallas a los costados no paraban de reproducir imágenes de Cristina Kirchner, la bandera argentina, y la historia de las Madres.
Al observar ese panorama siempre politizado del acto, las columnas que avanzaban por Avenida de Mayo de partidos opuestos al Gobierno actual, me surgió la principal idea que para mi se debe sostener y reivindicar de la vida en democracia en la que estamos inmersos. Y es ni más ni menos que la posibilidad de expresar la diferencia. La vida en sociedad implica aceptar que no todos van a pensar igual que uno, y eso no requiere que haya que pelearse o matar por ello.
La democracia es un sistema que nos permite manifestar un parecer y no coincidir con el del otro, y eso no pone en riesgo nuestra integridad, o no debería. La diversidad de personas allí presentes lo hizo tangible. Incluso, al hablar una de las Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini, estandarte político extremista, hubo altercados, cruce de palabras y manotazos entre dos personas que estaban cerca en el manto de cabecitas que asomaban entre las banderas. El argentino tiene muy fija todavía la rivalidad y enfrentamiento cual River-Boca entre posturas distintas. Incluso en las altas esferas del poder gubernamental se piensa con esa lógica. Y creo que contemplar y celebrar la diferencia, la inevitable diversidad existente en una concentración tan grande de personas ayudaría a afianzar la convivencia posible.
Todo es mejorable, sin dudas, pero que la democracia es el sistema que más nos puede contener y brindar opciones no debería ser cuestionado ya. Expresarse, convivir y aceptar lo distinto a lo que nos circunda es clave para que a 200 años de habernos constituido como país independiente -y apenas 27 de continuidad democrática no doblegada- podamos salir a la calle o donde queramos a apoyar una idea. Incentivar la agresión, el odio o hacer continua referencia a los muertos en tiempos que muchos no vivimos no ayuda a hacer memoria necesariamente, apenas si incentiva a que se siga repitiendo aquello que ya dejamos de lado. No hay que matar por las ideas, hay que vivir por y para ellas.