Aún con esos valores discordantes con los concurrentes, agarramos la bici y nos mandamos a ese encuentro de personas dispuestas a avalar la existencia de este día tan particular. Me gustó estar allí. Principalmente, me agradó ver a un cúmulo de gente, variada, heterogénea, en la Plaza de Mayo, corazón político de esta ciudad, que circuló, se expresó, dijo presente, gozó del espectáculo y se retiró. Corazones de papel decoraban la plaza toda, como símbolo de la paz en la que se desarrolló, y dos pantallas a los costados no paraban de reproducir imágenes de Cristina Kirchner, la bandera argentina, y la historia de las Madres.
Al observar ese panorama siempre politizado del acto, las columnas que avanzaban por Avenida de Mayo de partidos opuestos al Gobierno actual, me surgió la principal idea que para mi se debe sostener y reivindicar de la vida en democracia en la que estamos inmersos. Y es ni más ni menos que la posibilidad de expresar la diferencia. La vida en sociedad implica aceptar que no todos van a pensar igual que uno, y eso no requiere que haya que pelearse o matar por ello.

Todo es mejorable, sin dudas, pero que la democracia es el sistema que más nos puede contener y brindar opciones no debería ser cuestionado ya. Expresarse, convivir y aceptar lo distinto a lo que nos circunda es clave para que a 200 años de habernos constituido como país independiente -y apenas 27 de continuidad democrática no doblegada- podamos salir a la calle o donde queramos a apoyar una idea. Incentivar la agresión, el odio o hacer continua referencia a los muertos en tiempos que muchos no vivimos no ayuda a hacer memoria necesariamente, apenas si incentiva a que se siga repitiendo aquello que ya dejamos de lado. No hay que matar por las ideas, hay que vivir por y para ellas.