martes, 9 de marzo de 2010

La mujer que yo quiero

Ayer fue el día de la mujer y no paré de escuchar mujeres que se quieren ver reconocidas, elogiadas por todo lo que sienten no reciben otros días, feministas empedernidas, irresueltas e inferiores con ánimo de más de lo que pueden lograr, representadas en cantidad. Eso siento que es reclamar por los derechos que ya se tienen, una doble trampa, una bandera que toma el que no puede alcanzar todo aquello que se le ofrece.

La vida del hombre, la vida de la mujer. Mundos ajenos, que nadie sabrá cómo vive el otro jamás. Cuerpos realizados naturalmente opuestos, unibles en su intento por convivir y reproducir más especie. Pero, ¿qué sabemos de la naturaleza de vida del sexo distinto al nuestro?

Atravezar la vida en compañía es placentero. Hay algo que nos une al otro, sin saber si llegaremos al puerto deseado. El temor aflora en la creencia de que se nos va la vida en conquistar y ser seducido, en mantener junto a nosotros a esa otra mitad de persona que nos complementa y hace únicos. ¿Existe tal cosa? ¿O es preferible pensar a la mujer, o al hombre en el caso de las mujeres, como una grata compañía sin mayores pretensiones?

Los hombres somos más básicos, dicen algunos. No sabemos ni nos sale recargar de vueltas los hechos. Son lineales, tal como acontecen. Las mujeres se dedican a interpretar y dilucidar más de lo que se lee en primera línea.

Hombre fuerte hay aquí, psiquicamente. Serio, para el afuera. Niño, en sus adentros. Que no se echa atrás por cualquier minucia, a no ser que constate que así es necesario. Con mucho por aprender y otro tanto por enseñar, porque a fuerza de pruebas y errores se animó a hacerle frente a lo que se presentara en la vida. Un cañón de consolidación proyectual que tras vivir y experimentar se anima a ir por más en la certeza de estar haciendo lo que debe y quiere.

Asimilar lo recorrido y no dejar de pretender lo venidero son mis lemas actuales.
En la búsqueda de la mujer compañera de emociones. Con características irrebatibles como ser aventurera, copilota de rutas y caminos a atravesar, sostenedora de situaciones, en las buenas y en las malas, amante de la imprecisión del presente mismo, buscadora incansable de modos de estar mejor. El resto, se consigue juntos, en compañía, compartiendo sentires momentáneos.

Pero hay una condición que no se negocia. Que su modo de ser y estar se identifique con lo que doy en llamar buena gente.
Aquellos que no hacen las cosas con una doble intensión, ni pretenden cobrarse sus actos de buena fe en la primera de cambio.


Buena gente es quien no especula en su brindarse, y si tiene o quiere acudir a uno no duda un segundo en hacerlo, aún en la distancia circunstancial, se siente y ejerce la contención en cualquiera de sus formas para que el otro repose y vea más florida la vida tras el diálogo y la comunicación permanente de ser necesario.

No hay especulación posible. Se ve a las claras si una persona cumple esas características, no se puede ocultar, porque es un sentir. La familia tiene mucho que ver en esto. Y es lo que formaré el día que encuentre la que se amolde a mi particular -y reconozco, intrincada- forma de ser.

No hay apuro, todo llega. Mientras, me dedico a contemplar y seguir divisando paisaje, que siempre seguirá corriendo agua bajo el puente, y más satisfecho que saturado haré y seguiré tejiendo mi trayecto. Igual que la mujer que yo quiero, como dos canales de energía que se acoplan cuando aporta y se respetan la individualidad cuando cunde la necesidad.

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