No hay que buscar quedar bien, eso es creer que hay algo que aparentar. Si uno deja de preocuparse tanto por cómo actuar o desenvolverse ante gente, cómo mostrarse, y se ocupa más de lo que nos está mostrando y dando a entender el otro, es más probable que saquemos a relucir lo grato y bello que llevamos dentro, lo que gusta.
Estar centrado en uno, en lo que nos pasa, es valedero siempre que no nos tape el bosque, ese que está constituido por personas con intención de comunicarse con nosotros. Debemos darle entrada y calce a lo que el afuera, el otro significativo, incluso un animal o una planta, nos está queriendo transmitir.
Darle paso es nuestro compromiso de sinceridad con el mundo que nos hace felices, nuestra responsabilidad asumida con quien pretenda nuestra ayuda, colaboración, o incluso quien quiera tendernos una mano.
Suena puritano, cuasi religioso, pero me refiero a las ganas que todos tenemos de tener un sentimiento recíproco, sano, que nos aporte, con quien interactuemos. Vamos a concretarlo, pues.
Si a la larga lo que hacemos es depositar en el otro lo que nos queremos descubrir, reconocer en nosotros, resonar en espejo que le dicen, mejor es saber escuchar. Y aceptar que actuaremos así, porque es ineludible.
Sólo es cuestión de encontrar a los otros con los cuales compartir en sintonía la necesidad que nos aqueja o nos posee al instante.
Quiero decir, si lo que estamos buscando es un efecto, algo que nos movilice, seamos consecuentes con el afecto entonces, brindemonos como corresponde.
No vale ni cuenta mucho quejarse por lo que nos tocó o rodea si no hacemos el esfuerzo necesario para superar la traba limitante. En esos casos, nos limitaremos a aparentar, a dar a entender algo que aún no tenemos cocinado internamente y que, por ende, saldrá trunco.