El despojo es saberse completo con lo que se tiene, es entender que se puede vivir bajo cualquier condición sin que eso implique una pérdida, y entender que lo demás es premio, lo que venga es gratificación que nos permite salir de esa sensación de no tener nada. Acaso, tener o conseguir lo que andamos queriendo, ¿nos asegura algo? Sin embargo, es como el común de la gente opta vivir, con una zanahoria delante, creyendo que cuando consiga o conquiste lo ambicionado, algo cambiará. No será así si se trata sólo de un modo de vida, donde el materialismo prima, y los objetivos, las metas y los resultados guían nuestro accionar.
Experimentar la sensación de despojo, de tener sólo lo imprescindible, o ni siquiera, y arremeter en la búsqueda de ello, bajo cualquier circunstancia, es saberse satisfecho con lo que hay, es querer lo que se presente con cara y actitud de asombro y dándole siempre la bienvenida. Llegó para sacarnos de ese letargo en el que aceptamos sumergirnos al darle paso al despojo en nuestro cuerpo.
Luego, saberse dispuesto a ir por más no es una obligación, sino una iniciativa nacida del deseo profundo.
Aceptar vivir despojadamente es asumir que la muerte está, siempre rondando, pero no por eso temerle es la solución, más bien es lo paralizante, y para eso ya están las estatuas. Uno pretende ir por más en la propia vida, hasta que se apague. ¿Será mañana o en varios días? Poco importa al accionar desde una actitud de despojo, sin sobreinterés por lo que vendrá, apenas a la espera, porque algo tocará ser, y alcanza con estar poco aferrado a las cosas para zambullirse a conseguirlo, si nada es tan importante como para dejarnos atados, y todo es relevante al dejar de tener.
No poseo, no domino, a gatas si expreso mi intención, y es desde allí que nos relacionamos, sin pretensión, con voluntad de ayudarnos a salir del aplacamiento al que nos somete la misma idea de vivir sin conquistas, con la mirada atenta a lo que se hace eco, y a continuar construyendo lo que se regala. Porque el despojado no quiere lo que se le muestra queriendo convencerlo de que es lo mejor, pretende lo que es necesario para seguir dando pasos certeros, precisos, no inequívocos porque tal cosa no existe, tan sólo lo mínimo e imprescindible para que la vida siga sacando su sentido a flote, y no se hunda en la desvirtualización del sobreestímulo.