Resonar es más que conocer o interpretar, es animarse a ofrecerse como conductor de personalidades y caretas que nos presta otro, para sentir qué nos pasa en ese rol, en esa actitud y visión a la que nos enfrentaron.
Nos ayudaron a enfrentar, en todo caso. Porque ahí radica la solvencia de la actividad de psicodramatizar en la vida, en que perdemos toda idea ególatra para entender que somos lo que el otro nos pide, nos entregamos a cumplir ese rol, de la manera más presente.
Y agradecer y reposar en un grupo para sacar a la luz tantas cosas que uno vive y ve a través de cada uno de nosotros, ese es el sentido de grupo, dar un marco contenedor y confiable para que se puedan suceder los devenires.
Lo más vital que pasa en la escena psicodramática es la oportunidad de compartir en la vivencia misma, todas las sensaciones que nos invadieron, de la manera más natural y concisa posible, para darle paso al otro, que mucho tiene por expresar y mostrar ante la mirada subjetiva, y a la vez honesta, que le brindamos para que canalice lo que necesite.
Es un ofrecimiento de brazos abiertos como herramientas y conductores de un mismo mecanismo que se hace molar o molecular según la necesidad del aparato representador que se arma en un grupo.
El grupo sana. Se encarga de drenar o hacer pasar el momento y suelta.
Entrar y salir para ver y verse. Toco y me voy para observar y darse a ser.