Si repasásemos en los hábitos que cada cual se genera en su vida cotidiana con el único fin de saciar la ansiedad que nos produce el propio vivir, creo que nadie estaría exento de encontrar algo que realiza automatizadamente.
El vicio es aquello contraproducente que hacemos guiados por el propio deseo de obtener un resultado en forma inmediata que nos brinde placer. Dilatar esa recompensa, que a veces ni siquiera es tal, es visto como un salto al abismo, sería hacer algo que no estamos acostumbrados, y ahí reside la dificultad de vencer ese acto reflejo.
A veces creemos que es por decisión propia que seguimos haciéndolo o llevándolo a cabo, pero es algo más allá de uno lo que guía ese accionar.
Para desterrarlo hace falta descreer de la primera impresión que nos damos, autocomplaciente, y tener disciplina y confianza de que revirtiendo o dilatando el deseo instantáneo de llevarlo adelante estaremos haciéndonos un bien. Por más que no sea inmediato, a largo plazo nos daremos cuenta que desactivando el vicio estamos dando un paso de crecimiento.
Saber administrar los momentos en que hacemos las cosas es crucial para afianzarse en la realización y tener más fuerzas para enfrentar el vicio la próxima vez que se nos haga presente con ganas de tirar por la borda lo alcanzado.
Es progresiva y constante la templanza que iremos adquiriendo para vencer el escollo. Y ya pronto dejará de serlo, para darle paso al verdadero placer y deseo de ser, sin vicios obstaculizantes a la vista.
Son tan sólo una prueba más, que si la vencemos más nos podremos oponer en su posterior presencia. Y los fantasmas desaparecen, porque no son más que eso, falsas ideas que nos creamos con la intención de hacernos más ameno el devenir diario.