Le da más miedo ser exitoso que seguir aprendiendo de los fracasos. Eso decidí que sea la frase del día. ¿Por qué? Quizás porque algo así siento que es lo que ocurre. Como que voy aprendiendo a dejar ser ante cualquier circunstancia, pero no puedo dar aún el salto de calidad de intentar conseguir metas y logros sin poner evitables palos en el trayecto.
Aprender del fracaso es un paso más allá de la convencionalidad de creer que el fracaso es malo. La visión básica del mundo entre buenos y malos abandonó mi cuerpo, y me codeo con la creencia de que nada es una pérdida si se le sabe encontrar el punto a afirmar.
Desde ese panorama, todo se observa distinto. Uno puede entenderse más con ciertas personas, puede llevar adelante más acciones, sin importar ni el qué dirán ni los resultados.
Sin embargo, aceptando la propia capacidad de concretar deseos, cabría la idea de proponerse triunfar, obtener gratas recompensas por cada cosa que hagamos. El exitoso toca a la puerta. ¿A quién puede caerle bien alguien que puede alcanzar el éxito en sus propuestas? El resentimiento de los fracasados es predominante. Los que no aprendieron nada de sus experiencias y prefieren despotricar contra el que sí se animó a desafiarlas, y trascenderlas.
¿Qué nos da miedo? Llegar finalmente a lo que tanto soñamos. Vérselas con la imagen y no más la imaginación de los hechos. Allí se plantea una nueva batalla a superar.
Generalmente la neurosis actúa como colchón de nuestros proyectos, amortigua la caída estrepitosa que nos sabemos prodigar por el hecho de no querer, o poder, vernos en el escalón más alto, el del logro.