Los sueños son un momento de nuestras vidas que nos tomamos para vivir situaciones que escapan a la realidad pero que las sentimos como tales.
Son la muestra patente de que lo que pasa por nuestro proceso interno es tan real como lo que se circunscribe al mundo compartido de la realidad misma.
Pueden ser tomados como el conducto para depurar temores personales, sin que estos se vean representados necesariamente en la vida real.
Son la vía de manifestación de las mayores represiones y fantasías, en clave de delirios combinados azarosamente sin necesidad de lógica ni sentido de continuidad.
A través de los sueños expresamos lo que se guarda en nuestras mentes, lo recóndito de nuestro almacenaje inconsciente.
¿Por qué habría que creer que no pasó lo soñado? Es tan real como la realidad misma, sólo que experimentado solo por uno, por lo que es la mayor muestra y acto de conciencia de que estamos solos, que atravesamos las historias con nuestro modo de experimentarlas, y por más que las compartamos, nunca nadie lo hará del mismo modo que nosotros.
El sueño es la base de manifestación del deseo, donde se permite fluir libremente sin el rango acotado que nos brindan los sentidos. Ayudan a sacarle un poco el sentido a todo esto y a imaginar sin condicionamientos lo que sería el mundo sin el campo reducido de la intercomunicación.
El sueño es la comunicación interna más primaria, básica y pulida que tenemos con nuestra psiquis.
Soñar es el acto de bajar la guardia y dejar que fluya el inconsciente, que es el que más nos conoce y hace patente los deseos más reprimidos y olvidados, para ponerlos sobre el tapete y dejarnos en bolas ante la reproducción de realidad mezclada con fantasía que decidió hacerse presente más allá de nuestra voluntad.
Los sueños son la voluntad, a la larga, de adaptar la vida a nuestro deseo más profundo, y la expresión de los temores más guardados de nuestro ser.
Soñar es un ejercicio mental que nos libera de creer que, porque no pasa, no es. Es, pasa, por más que sea en la propia mente, sin necesidad de atravesarlo en forma compartida.
Los sueños son el principio de locura aceptado por todos, la conexión con nuestro propio animal de poder. Poder vivir –aunque más no sea en la imaginación- situaciones que nos producen atención.
Soñar es zanjar lo que quedó en espera en la propia psiquis por la velocidad con la que vivimos el día. Al dormir damos paso, queramos o no –y eso es lo maravilloso, escapa a la voluntad- a que se manifieste lo que quedó en stand by, a la espera de esos momentos de guardias bajas, para hacérsenos presente y darnos muestra de lo que sería la realidad si todos funcionáramos por asociación libre.
¿Cómo sería un mundo de soñadores? Supongo que similar a lo actual, porque la calidad del sueño depende de las vivencias que cada cual se anime a liberar de sí, a sacar de sus adentros.
¿Será que los que son medio soretes en sus vidas tienen sueños de mierda?
Cuestión que soñar es un placer, y el no control sobre los sueños son la muestra conciente de que pasa lo que tiene que pasar, y nosotros somos simples canales de manifestación de esas energías en la realidad plasmada en hechos.
Pero el mundo de la ensoñación nos deja claro que el cerebro procesa más rápidamente que lo que nuestros ojos, oídos, vista, gusto u olfato pueden creer, y que eso también es parte de nuestra vida.
A soñar con los angelitos pues, que ya aparecerán.