lunes, 31 de agosto de 2009

De arte, supervivencias, otros y miradas

Habrá una respuesta, déjalo ser.
Escribir no es más importante que cualquier acto, solo que por esta vía queda impregnado, constatado en la reproducción posible posterior.
La hoja se reproduce a medida que es leída.

No debe haber una sola razón, es impostergable abordar la inminencia de los acontecimientos. Lo que está pasando. Sin esperar que nadie venga a rescatarnos ni a hacerse presente por arte de magia. Todo ocurrirá en la medida de lo esperado siempre y cuando no ambicionemos más de lo esperable ni estemos más dispuestos que lo necesario.

Los entusiastas tenemos que ser doblemente cautelosos, porque el desborde que producimos al sacar nuestras ganas a conocer, no tenemos idea de las repercusiones que tiene en las mentes de otros. Cada cual está en su mundo, habita su espacio de predilección, y se atiene a sobrevivir.

Sobreviviendo se acaba el mundo. Y queremos vivir en uno mejorado, continuamente, en mejores condiciones, personales y si tenemos tiempo de la sociedad, porque sobre todo en este país, terminémosla con hacerse los buenitos si después en las urnas y sus declaraciones afiebradas el argentino se comporta como un mono con navaja.
Más que sobrevivir, tendríamos que tender a convivir, a armonizar sin búsquedas de opuestos, más bien de complementos, que en su devenir sean dos o más. Un número que permita la expresión para el otro.

El otro. El otro nace en el momento en que le adjudicamos valor. Cuando le damos categoría y entidad de persona y nos importa lo que dice y nos transmite.
La conexión normalmente empieza por los ojos. No conozco personas que se quieran, se tengan afecto y no tengan una conexión visual particular. Destinada a transitar horizontes juntos, como para empezar a contar. A ver qué pasa.

¿El arte si no se muestra no es tal? Tengo mis serias dudas, por más que en la concepción moderna arte sea considerado algo con valor, que supuestamente se obtiene con la asignación de riqueza por parte de la mirada de otro.

La mirada, el tacto, el olor, el sonido y el gusto.
El gusto es mío. El olfato detecta los aromas a venir, la música interior se esparce en el plato, y vemos más allá de los dedos, y sentimos más acá que el próximo paisaje.
La película se repite sin necesidad de sentencia, y la demencia intenta dar paso a la complacencia sin sabor.

Va quedando atrás lo que no pretende hacerse eco. Eco de los Andes. Economía de guerra. Nosotros, los jóvenes recientes, los de menos de 40 años, no tenemos idea lo que debe haber sido vivir en guerra. En sensación de vulnerabilidad real, que alguien puede venir a sacarte cualquiera de tus pertenencias y vidas por lo que se le ocurra.
Hay inevitables reconocimientos que tenemos que hacerle a vivir en un sistema democrático, que mal que mal funciona y nos asegura (porque no nos las da) las libertades individuales.

El que reclama mucho por sus libertades y derechos de alguna forma lo que está haciendo es no darle paso a que ellas se hagan cuerpo de sus reclamos y sentirlas en carne propia.
La infinidad de libertades que tenemos al alcance de nuestra mano y decidimos darle bola solo en partes, por distintas excusas pasajeras, son incontables, y en la medida que reforcemos la queja, el pedido, el reclamo, menos tendremos respuestas reales a lo que nos aqueja.

Las soluciones están en la misma vereda. En la de afirmar la propia realidad y ver qué podemos hacer para ayudar al de al lado, en la medida de lo posible. Porque cuando no se está posibilitado hay que dejarlo pasar. No todos los trenes nos dejan en casa. No todas las personas tienen solución. Ni de ellos ni de nada, y sin embargo hablan. Desagotan su diarrea bucal y siguen en el intento de encontrar respuestas afuera, con sus deditos y sus seños fruncidos, para acusar al primero que ose contradecirlos, guay de ellos.

Los otros están. Los que valen. Los que tiene valor por sí solos. Los que con un acto demuestran cosas, dan a conocer su sentimiento profundo. Permiten espiar su costado más amable y dejan ser lo que se guarda bajo 8 candados.
No hay necesidad, nadie tiene por qué guardar algo entre tantas llaves o no darle aire para que ventile sus verdades. Todo lo que no se airea se echa a perder. Lo que no vuela se hace chiquito. Y lo que no camina se marchita.

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