Hoy escuché en la radio un comentario que me disparó varios interrogantes.
¿Por qué la gente que se interesa por la política en Argentina siempre sostiene que hay una fuerza a la que hay que derrotar? ¿Son los vestigios de la política bélica de los 70? ¿Vieron muchas películas donde siempre hay héroes y villanos? ¿Se los puede adoctrinar –palabra que tanto usan y que me da náuseas- de vuelta y concientizarlos de que si todos tiramos para el mismo lado funcionaría mucho mejor el país?
¿Tiene cura este país? El eterno River-Boca, Ford-Chevrolet, o hasta negros versus blancos, está muy arraigado como para desterrarlo. Pero hay que entender que esa rivalidad inventada aplicada a la política lo único que hace es llevar a absolutismos innecesarios, de uno y otro lado, y que cuando se quiere volver ya es tarde.
Argentina es un intento de país estable, que nunca logró afianzar sus intenciones. Recién ahora estamos viviendo una sucesión de presidencias sin golpes –si lo del 2001 lo tomamos como algo eventual- y nuestra democracia no lleva más de 30 años. Muy poco, si tenemos en cuenta que el año que viene cumplimos 200 años de la constitución como Estado propiamente dicho.
Habría que apuntar a hacer entender, a la clase dirigente primero, y a la población después, que estando “en contra de” no se logra nada. Es apenas el comienzo de una idea propia ese. El voto castigo, el voto bronca, el anti “el político de turno” o hablar desastres de cuanto anuncio se hace me tiene bastante cansado. ¿Por qué no hablar de apoyos, consensos, búsquedas del bien común y sostener por la afirmativa a quien se vota?
Implica jugarse eso y, al menos el porteño, es mucho más adepto a criticar que a sostener lo que quiere. Así nos va.