Toda posición absolutista tiendo a descartarla, no porque no crea en ella, sino por resguardo.
Aquel que se pone en algún extremo de parecer u opinión siempre está ocultando su capacidad de análisis completo de la situación.
Querer defender a ultranza un hecho o pensamiento nos lleva a cerrarnos, a abroquelarnos en nuestra posición y, ya lo sabemos, airearlo con pareceres encontrados siempre ayuda a comprender mejor el panorama.
La imposición, la tosudez, nunca fueron buenos conductores. Mejor, dejar respirar el propio pensamiento para así poder tener más claro lo que vendrá. Hace mal ser un absolutista, por más que nos creamos más seguros así, con una posición tomada concreta e inamovible. Esa seguridad dura poco, porque la realidad al fin de cuentas se encarga de mostrarnos que salvo la muerte -algunos sostienen que incluso- todo lo demás es relativo.