Encarar las relaciones desde la no culpa. Aceptando que hacemos lo que podemos para vernos bien con quien estemos, y que cuanto más afianzados nos sintamos, más podremos extraer del otro.
La vida relajada nos hace ver claros horizontes, realidades duraderas y plasmables en el tiempo. Sino siempre le estamos debiendo algo a alguien. Ver para adelante. Aceptar los riesgos y mantener la calma de que todo llegará. Porque todo está barajado y con las energías para que eso pase.
Un día se puede ver triste todo, pero siempre hay que tener confianza y conciencia de que se desarrollará en plena armonía con nuestra acción. Luz que irradia bondad sin mirar ni preguntar a quién. Sabor que se esparce en la quietud de lo incumplido y el deleite de lo instantáneo, lo sorprendentemente cruel de los devenires.
Nadie nos consulta si queremos que pasen. Algo vendrá por nuestros deseos y se los servirá en bandeja si somos así. Sinceridad. Y parsimonia.
La parsimonia es el reflejo del acto de aguardar a que los hechos se sucedan sin importar mucho el modo. Es esperar a que llegue sin importar mucho cuándo. Es brindarse por completo a la experiencia del momento.
Un ser parsimonioso habita en cada persona, y sale a relucir en el instante que habitamos el lugar bajo una tranquilidad mínima que nos hace salir a vivir la aventura. Serenos, seguros, sensibles y expuestos a lo que pueda pasar.
Pasará, pasará, pero la última quedará.