lunes, 7 de diciembre de 2009

Spinetta y su banda de sensibles


¿Adiviná cuánto duró el recital de Spinetta? Así arranqué la charla con cualquiera que me cruzara en mi sábado o domingo post concierto.
Velez Sarsfield vibró en sintonía con un genio de la música, con todas las letras. Así eligió definir a la mayoría de los que presentaba y desfilaban por su living tamaño escenario, en donde durante 5 horas y media -sí, ni 4 y media, ni 5, como pude leer o escuchar por ahí- se explayó en un repertorio digno de una orquesta sinfónica, interpretado por los mejores sesionistas de sus respectivos instrumentos. La primera impresión es que rotaba la banda entera tras cada canción.


Fue la noche del Flaco, que por decantación llegó a cada ser profundo que se hizo allí presente. La sensibilidad, pensé mientras tocaba, es el factor común de las 37 mil almas que se juntaron para rendir homenaje a Luis Alberto Spinetta. 40 años ligado a lo mejor de la música nacional le sirvieron en bandeja la posibilidad de hacer de esa noche, lo que quería. Y se notaba que lo disfrutaba, y eso le transmitió a su público. "Los invito a todos a mi casa", les sugirió a aquellos que tras 4 horas y media seguían coreando y pidiendo temas.


Se dio el lujo de arrancar el show leyendo una lista de quienes no pudieron estar, y de convocar a cada músico en forma individual, previo a que tocara.
Las primeras 2 horas y media hizo desfilar por variados temas a Fito, Cerati, Charly, sus hijos, su hermano, Juanse, Malosetti, entre otros (Mollo recién a las 5 horas se acercó a tocar dos temas).
Luego, se dedicó a hacer pasar a cada una de sus bandas. Soy joven, y la música que conozco de Luis me llegó más que por discos, por poner reproducir en una carpeta virtual y que los mp3 suenen "en suffle" e inunden el espacio de su música sagrada.

Porque algo así fue esa noche mágica del viernes. Un momento irrepetible -como todos-, religioso, que se percibía como un hito en la historia del rock. Spinetta, sus bandas eternas y todos los representantes musicales de la época se dieron cita esa noche, de luna 3/4 que se reflejaba detrás del cartel electrónico, y el otro cuarto, de día, lo llenó Luis Alberto con sus melodías precisas y letras de la estratósfera.


Siento que, contrario a lo que manifiestan todos sus fans, no se trata de conocer o recordar momentos emotivos vividos junto a su música nomás, sino de la vibración y la conexión que producen sus acordes. Un hombre y su guitarra, que convocaba a partes de su propia historia y daba cátedra de sonido y calidad musical. Para sentarse, relajarse y disfrutarlo de comienzo a fin.

Su arte genera proyección y dimensión espacial, sensación a flor de piel, psicodelia verbal que se proyecta en esa voz única. "Todo lo que diga él es amoroso", le escuché a quien me acompañaba. Tan simple como real, Spinetta tiene el encanto de su tono, cordial, amable, para decir lo que quiere y cómo quiere. Y sobre todo, sin hipocresía populista, en su eje. Porque sus condiciones naturales lo permiten.

Una noche entera de celebración, dando sobradas muestras de calidad y de paz reinante en los que acompañaban. Desde lo personal -siempre será con esa perspectiva, no hay otra por más objetivo que uno quiera contar lo ocurrido, mejor cargarlo de subjetividad expresiva-, brindo y festejo el modo en que di con las entradas también.

Hace un mes supe y dije que estaría en ese recital. Quería vivirlo, pero la economía no me lo permitía. Aún así, supe estar atento a las ofertas que se hicieran presentes. El martes por la noche, en la soledad de mi hogar, un locutor de radio Mega anunció el sorteo de las últimas entradas y estuve atento a la pregunta para responder al instante y quedar a la espera. Al aire no anunció el ganador, pero a la media hora recibí un llamado diciéndome que me las había ganado. El jueves pasé a buscarlas. Dos plateas Alta Sur, de maravillas, que con una propina al acomodador alcanzó para verlo en el pasillo, justo en mitad de cancha, sentado y dispuestos a disfrutar de una larga y eterna noche. De las que no se olvidan fácil.


Que se redondeó con unas pizzas en la esquina del Estadio, a las 3 y media de la mañana, y una caminata lunar ad infinitum por Juan B. Justo, ante la falta de taxis, que concluyó con extensa y merecida charla en buena compañía hasta que el sol que empezó a asomar nos hizo acordar del cansancio y concluir en mi departamento de Congreso con los rayos brillantes y el placer a cuestas, a las 6 de ese sábado que daba comienzo.

Y la energía que flotó en ese viernes fresco aún sigue resonando en los cuerpos que pudieron disfrutarlo. Porque quedó grabado, a fuego. Esas experiencias son marcas que no se borran. Gracias por tanto arte, Luis, con esa confianza que todos creemos tener con vos por el sólo hecho de haber compartido tu don genial como hiciste a lo largo de tu vida.
Un tributo en vida, con el homenajeado haciendo de anfitrión. Deleite y goce pleno.

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