Hacer las paces con el mundo es crucial para sentirse pleno en lo que estemos haciendo.
El estado crítico nos ayuda a distinguir obstáculos, pero hay que liberarse un poco más para sentir que no hay nada que criticar.
El mundo pasa como queremos. Es más, lo que queremos, PASA. Porque es con lo que más decidimos entretener nuestras neuronas, así que si actuamos en pos de conseguirlo, tarde o temprano, se hace materia.
Si le agregamos rezongo, protesta, reclamo, se hará más difícil porque elegimos entretener nuestra actividad diaria con ese tiempo perdido, el de la queja.
Realmente pasa lo que estemos buscando. Es cuestión de tenerlo entre ceja y ceja, de respirarlo, transpirarlo, que emanemos esa sustancia que nos haga unirnos, dar con eso que necesitábamos para terminar de armar el rompecabezas.
La sensación de que encastra, que cierra con nuestra búsqueda global de vida. Globo, mundo, interés general, o personal, lo mismo da.
La única forma de construir un país mejor es evolucionando individualmente. Porque a la larga, todo es psicológico, o ciclo-lógico, o sin lógica también, y la forma en que nos animemos a convivir entre la cantidad de tribus urbanas que coexisten en una ciudad, y por (roto)traslación a las subsiguientes ciudades, pueblos, poblados del país. ¿Quién vendrá a decirles cómo tienen que vivir? Apenas si cada habitante logra conciliar el sueño con su almohada, o sino se encarga de desparramar su pesar en forma de daño a cuanto cohabitante se crucen en su camino.
El camino lo distingo en el darse cuenta que lo que uno piensa, pasa.