La muerte y los fantasmas que rondan tras ella. En principio, la muerte es un factor de unión, en la carga común, todos estamos encomendados y destinados a pasar por ella, es el destino final del viaje emprendido. Están los que eligen tomársela con fatalismo, y los hay algunos más relajados.
Pensar mucho la muerte produce una inevitable parálisis y su cercanía hace que reboloteen los inefables fantasmas que nos acosan. Lo irresuelto en vida toma partido y se apodera de la situación. Los personajes que gustan de habitar el tiempo y espacio donde la muerte está muy presente serán inevitablemente oscuros, porque eligen sacar rédito del dolor ajeno, son carroñeros, se oponen a vivir.
La muerte es caducidad, es saber que todos tenemos fecha de vencimiento, pero eso no implica tomarse la vida como si fuera una fatalidad. Puede sumarnos y desafiarnos a tomar lo que nos queda (de vida, ni más ni menos) con osadía, con desparpajo, sin autolimitaciones.
La opresión, el censor, el ventajero, mismo el mentiroso de la clase anterior, están eligiendo matar en vida, tomar por el camino de aniquilar los sentimientos nobles y enredarse en sensaciones de esterilidad afectiva.
Por eso creo que si no nos animamos a hacerle una burla a ese tema tan denso, produce, inagotablemente, parálisis.
El miedo a lo desconocido bloquea, obtura las ganas de seguir viviendo y desde allí dejamos que se acerquen, que merodeen, personajes inconclusos, que habitan esa atmósfera de incertezas y excesivo temor.
Respeto, dicen algunos que hay que tenerle, pero elijo la burla, el sacarle la lengua y mantenerla a distancia, para que no se crea llamada. Si total, sabemos, algún día nos llegará a buscar a todos, nadie se libra. Y siendo libre en vida es que la sabrás disfrutar cuando venga. Sin pendientes ni nada por repartir. Llegó, es el fin.