La mentira es una pérdida, de identidad, de creencias, es sentirse doblegado por el accionar y la presión social a grado tal que nos obliga a faltar a la Verdad. Que nunca es una, sino subjetiva, y de ahí que sólo uno sabe considerar si mintió o no.
¿Miento si creo que sólo uno percibe como mentira lo que afecta e introduce el síntoma en la acción?
Mentir es no comprender la consigna, es perder de vista el universo que se abre y creerse lo suficientemente débil como para no poder enfrentar la realidad.
La idea de pérdida ronda en el siniestro concepto del que se sintió sin rumbo en el devenir grupal, social y cultural, y tomó las armas de la falta a la verdad para sentirse a resguardo de su impedimento interior.
Al mentir se da por perdido el paradero del diálogo llevado con soltura, autenticidad, espontaneidad, y se desemboca en el chanchullo del enredo superior de estar haciendo equilibrio en la incierta cornisa del que miente y encima teme ser descubierto.
Desgaste de energías sin parangón.
Se dice que tiene patas cortas, y se me viene la imagen de un hombre que se quedó en su proceso de crecimiento, que quedó empequeñecido, diminuto, por el corte sin sentido y no se permitió ver qué tenía el otro lado de la luna.
Porque la Verdad es una, o al menos aúna, y está servida en bandeja para cuando la queramos ver y expresar.