Están los que disfrutan de ver ese deporte, sobre todo cuando se trata de un encuentro entre estrellas como es un Mundial, y se puede sorprender el espectador ante obras de arte con una pelota en los pies.
Como suele ocurrir en este país, están los extremistas de un lado, y los que se expresan del otro, completamente en contra de la aberración de estar estupidizado por un mes delante de la pantalla viendo patear una pelota a los sudafricanos con los mexicanos, por ejemplo. Pero hay una tercera vía, que somos los civilizados y aún así amantes del fútbol, que esperamos y queremos que esta camada de jugadores argentinos dejen plasmada su categoría en una consagración histórica.

En mi caso me aflora más con el equipo local, la pasión se traslada a un color y no tanto a un país que debería sentirse impulsado por otros logros, desde luego.
Pero también, al recorrer en alguno de estos días la 9 de Julio, o ver Corrientes llena de gente a la madrugada, se percibía cierta necesidad de festejo, de tener un motivo para celebrar, sea por el bicentenario de la creación de la patria -o de Argentina como concepto- como por un lucimiento de Verón para asistir a Messi, el abroquelamiento de Mascherano, el jefe, o una pirueta de Carlitos o el Kun. Que Maradona, justamente, esté en la dirección técnica es casi utópico y de película.
Sentirse argentino puede expresarse de variadas maneras, y por estos días pareciera que hay un muestrario de seres que despiertan a la idea de que es un orgullo y hasta una pasión ser argentino.
Empezando por que el ser argentino es principalmente una eventualidad geográfica, la sociedad argentina y sus aconteceres históricos no creo que sean dignos de enorgullecimiento, en su gran mayoría, y merece más un repaso y recapitulación de lo acontecido -con un aconsejable mea culpa- que ese patrioterismo barato del que reclama y se embandera en pedir que las Malvinas vuelvan a ser argentinas –¿alguien cree que una guerra sería beneficiosa para algo aún?- o el que cree que rezongando contra el político de turno es más comprometido con la causa social.
Habría que aprender a diferenciar más los tantos. Una cosa es el fútbol, otra el fanático, otra el patriotismo, y otra el desarrollo de un país y sus habitantes.
En estos días quedó claro que el pueblo argentino se movilizó por las calles en paz, aceptando el disenso, las diferencias, y eso es un dato más que rescatable y positivo. Lo que elija en las urnas quizás tampoco sea lo más relevante, sino cómo se comporta en el día a día.

Esperemos que los muchachos, esos 23 gladiadores por un mes, sigan trayendo alegría.