miércoles, 12 de mayo de 2010

Historia cercana de quién sabe qué

Primero se trata de entablar vínculo, para permitir conocerse. Uno cree que conoce a esa persona selecta hace un montón, pero la realidad es que hace pocos días –incluso horas- cada cual hacía sus vidas, sin tomar registro de la existencia del otro.
Las coincidencias, los planetas, o quizás el mero deseo de establecer esa relación con alguien hicieron que se crucen, y que empiecen a hablar.

Con el tiempo uno va notando lo difícil que es poder construir diálogo con alguien sin que se presenten trabas limitantes, externas o propias. Porque lo exterior, la apariencia, es una primera aproximación al ser que nos llamó la atención, por algo, por un minúsculo detalle que nos hizo acercarnos.
Como hombre, y por cultura, uno es el que tiene que tener la idea original, ingeniosa, que le despierte primero una sonrisa. Creo que si no hay sonrisa en un acercamiento, pocas cosas harán que ella quiera acceder a conocerte íntimamente.


El punto es que ese día tenés que sentir una iluminación, un mensaje del más allá, que te permita entablar palabras con esa mujer que se destacó del resto por esa minucia que te llama a indagar.
En la ciudad es más difícil construir vínculo desde cero en un lugar social, porque la urgencia, la histeria –no necesariamente propia de ella, sino del ambiente, de la bendita onda-, el acelere magnificado por quién sabe qué premura, hace que muchas personas se decidan en la primera oración que le transmitas si seguirán queriendo charlar con uno.

Uno, esa persona que requiere de energías extremas para dar el paso, que si se piensa mucho es fatídico o decisivo, y sino es simplemente darle cuenta a esa femina que nadie puede llamarle más y abstraerla más de esa situación –loco es que pretendan salirse del espacio que ocupan, sentirse flotando en quién sabe qué- que uno, aún sin siquiera estar convencido de eso, y que lo que salga de chachara en ese instante será llamativo, un pie a que ella siga con el correlato, y que se hilvanará una cosa detrás de la otra para que el vacío –muy común en todo desarrollo normal de una charla- no aparezca y parezca que llena todo el espacio de un infranqueable efecto lividinoso. Que encima el hombre debe pasar por alto de una manera solemne, y a veces hipócrita, si pretende algo más que una sola noche con esa femineidad hallada entre tanto maremagnum visual que contempla a su alrededor. No sea cuestión que piense que nos queremos encamar con ella en ese mismo instante…

¡Seamos sinceros! Si tanto esfuerzo y dedicación implica dar con ella, qué tendría de malo pretender tenerla en nuestras sábanas ese mismo momento en que se está construyendo quién sabe qué. La mente se escinde, y debemos respetar el desdoblamiento para que nada de lo que pensamos en la inminencia destruya lo que queremos construir quién sabe con qué período de tiempo a futuro.
¿Alguien piensa en la temporalidad venidera cuando está en esa situación? No importa, respetá los pasos a dar, no sea cuestión…

Y luego, después de creerse amigos por un momento sublime y mágico, de sentir que su sonrisa ilumina el ambiente y da paso a circunstancias inimaginables, ella se comportará como si no hubiera pasado nada al llegar la oportunidad –muchas veces obligada por los amigos/as que los acompañaron- de despedirse y buscar una forma de acercamiento vía telefónica en el mejor de los casos, o por mail en estos tiempos posmodernos.

El beso suele ser la recompensa mayor si se sabe acceder, pero no siempre es efectivamente consagratorio. Otras, quedarse -y dejarla- con las ganas puede ser el anzuelo para un venidero encuentro.
Es la forma más comúnmente aceptada de acercamiento de historia entre sexos opuestos en la ciudad que todo lo deglute. Incluso las aspiraciones de superación de la convencionalidad. Quién sabe por qué…

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