Es muy loco pensar que depende del ánimo y lo que sentimos en el momento la capacidad de defender nuestra posición ante una situación. No es que tenga mayor intención que saberme dispuesto a enfrentar lo que me aqueja, pero la voracidad de las personas pareciera que se ve reflejada en la lupa que uno les muestra, la disposición a escuchar y hacerle frente a lo que vayan a sacar de su vaina.
¿Hace falta conocerse demasiado para saber que lo que nos invada en el instante preciso en que pisamos el palito no es lo que prevalece? Lo eterno, lo que se hace eco constante, es la sensación de sentirnos plenos, pero no siempre pasa. Hay momentos en que no podemos sostener, incluso, lo que pensamos con fehaciencia, y ahí los buitres andan agazapados para hacernos creer algo que no es tal.
Recién al volver a nuestros cabales podremos distinguirlo. ¿Y si decidimos bajo el influjo de esa mala idea? Es por eso que vale inmiscuirse en el autoconocimiento, porque podremos distinguir que no es lo que verdaderamente, de corazón, queremos. Y dejaremos pasar la vuelta. Le diremos que no a la sortija que se nos ofrece para que la agarremos y pensemos que tenemos una oportunidad distinta. ¡Falacias! Son historias ajenas que nos tocaron de refilón, y uno resonó en consecuencia. No es recomendable darle siempre bola a la mente. Muchas veces nos juega una mala pasada.
Al otro día, al elevar la instancia superficial de consecución, algo intangible nos dirá por qué lado ir, sin que eso implique una claudicación, más que nada es una obtención. Rara vez se trata de pura entrega, hay recopilación, hay recapitulación, hay consolidación. Si nos permitimos ahondar y darle vuelo a la canción interna, la que nos dice aunque la tapemos que el sonido va por allí, que la vuelta del habla no convence a nadie, y que tan sólo proponiéndose vaciar de contenidos y llenar de sentimientos erguidos la consumación, sólo por ahí va nuestro don.
Sin ton ni son.