Vuelto de comer con un amigo. Me planteo que si uno funciona por contraposición, poco tiene sentido en la propia vida. Si alguien nos cuenta que está desorientado por determinada razón, y uno opera sintiéndose tranquilo porque entonces no está tan mal, es inconducente, sin sentido, y nos llevará al ocaso.

Sino, ante una buena noticia, ¿acaso tendríamos que sentirnos tristes por no estar a esa altura? Muchos operan con ese mecanismo reactivo. Puras falacias, mezcladas con la alucinación de simbiosis impropia e intempestiva. Es aconsejable permitirse que la sensación personal vaya en otra senda distinta a la de las personas que ocasionalmente nos rodean o cuentas sus temas.
Un tema es el otro, otro es uno.
Que buscamos aliarnos y contarles qué nos tiene mal –o bien- a alguien que sentimos en sintonía es lógico y conductivo, pero eso no se emparenta con tener que sentir lo mismo o, en caso de espejos refractarios categóricos, lo opuesto a quien elegimos como interlocutor.

Eso no implica igual la necesidad de vernos afectados por esos dichos a grado tal que nos identificamos y accionamos acorde a su sentir. ¡Es suyo! ¡No nos pertenece!
Y vale aceptar que el otro tampoco está buscando que nos pertenezca, que lo hagamos carne como si estuviéramos igual de tristes que el personaje en cuestión.

En cualquier caso, el salvavidas siempre es de uno, si alguien te agarra o te aferrás a él, te convertís –o se convierte- en ancla, yunque, lastre, y sacarte(lo) de encima es lo más aconsejable. Para no morir en el intento. La compañía excesiva puede convertirse en soga al cuello.