Soy una persona que necesita sus espacios y libertades, su sensación de poder volver a acudir a sí para recuperar la respiración, ese eje cardinal que marca los tiempos de ingreso y egreso al mundo, la vida propiamente dicha.

Las exigencias autoimpuestas, el apretar al otro con la idea ilusoria de que eso es quererlo, me agobian los sentidos y somatizo el padecimiento infinito, karmático, de no saber despejar el área antes de tiempo, para volver a sentir el buen funcionamiento del cuerpo, algo esencial para la buena elaboración de pensamiento y soluciones.
Tengo la idea que uno se fabrica o busca sus propias obturaciones, y si no aireamos el lugar, dejamos que respire la voluntad de expansión, el polen y los ácaros se apoderan de la situación y se hace más difícil sacarlos luego de escena.

Te pido un favor, las veces que sea necesario, dejame respirar, sentir que mis alveolos, mis bronquiolos -y todos los olos que sean necesarios, por más que huela mal- se nutran de lo básico para que de ahí surja la voluntad de dar más. Sin aire, no hay espacio para la expresión, porque el cansancio se apodera del cuerpo en lo inminente, y por más que queramos el agotamiento nos juega una mala pasada.
No quiero saturarme de vos, así que, por el amor de Dios, dame aire.
El viento, la buena circulación da paso a la consumación de hechos.

Inhalo. Exhalo. Y me dejo ser, porque vos no vas a venir a decirme cómo se hace. Más que nada, aún sin darte cuenta verdaderamente, porque tu capacidad de dejar al otro sin chance, de hacerlo sentir el peso de lo que se respira pero no se inspira, es consagratoria, y yo elijo encomendarme a la buena acción.
Todo expira. Aún tu manera repetitiva de ser. Dame aire, y después, de ser posible, hacete aire. Tal vez así pueda asimilarte.