Darle valor, importancia, relevancia a un acto o una persona es parte de la conciencia que le entreguemos al instante para darle la categoría que se merece.
Aprender a codificar –porque algún código tiene- la psiquis humana es de una diversión tal que por esa sola razón vale la intención de darle valoración a cada evento que se nos presenta.
Pongámosle que la gente cercana sabe qué le pasa a uno, sin necesidad de decirlo. Que presienten la onda en la que gira nuestra energía y la reciben. Eso sería en un cuento de hadas, incluso en una perspectiva un tanto egocéntrica, porque ¿por qué habrían de ocuparse de lo que le pasa a uno?
Quizás presienten otras tantas cosas, y no tienen tiempo de ocuparse de nosotros.
Aprender a hacer las cosas lleva tiempo, estrés, equivocación, fuerza, perseverancia, capacidad de soltar la postura acomodaticia en la que nos solemos cobijar con tal de no dar un paso más de afirmación personal.
Normalmente, las personas creen estar haciendo lo imposible por evolucionar, crecer, poder dar más de sí, pero en esa definición está la razón por la cual pocos logran sentirse así de acabados con su vida cotidiana.
Más que lo imposible, habría que intentar hacer lo posible, por una cuestión de hacer eje en lo que se puede hacer para remediar o resolver algo.
La elección está en uno, si acotar la idea base a la creencia de que se hace lo IMposible o inmiscuirse en el camino de dar con la forma de sumar experiencia y adquirir conocimiento para luego hacerlo mejor.
La dedicación y el saber no hacerse el boludo con lo que ocurre es crucial para aprender a distinguir lo que hay que corregir en el trayecto. Porque siempre habrá algo que rever, modificar -no así de criticar, autoflagelándose inútilmente- pero será diariamente que nos ocuparemos de hacerlo.
El valor que se le da a lo que se asume y acepta atravesar es el paso inicial para sortear cada vez nuevos obstáculos. Estarán, pero se habrá aprendido a superarlos, con lo ya recorrido, con lo que nos animamos a ver.