domingo, 14 de febrero de 2010

Viajar y conocer, el idioma universal


Conocer gente es dejar de lado los prejuicios, es animarse a ir más allá de lo que el preconcepto de vida nos deja ver, y caminar despacio para no asustar.
Es inmiscuirse en ideas y formas de encarar la vida que enriquecen nuestra alma porque nos dan una perspectiva distinta a la que traíamos previamente.

Conocer culturas, indagar en minúsculas apreciaciones para hacerlas macro siempre que nos dejemos permeabilizar de sus vivencias. Incluso de su idioma variado, mixturado, porque no hay un lenguaje cierto.
Es lo que nos animemos a sacar, a comprender entre un acento, un tono, un dejarse ver más allá de la primera apariencia.
Dique de Potrerillos, Mendoza, Argentina

Suena de fondo un francés perfecto, interactúo en un portugués que no sé, pero se me mezcla al escucharlo todo el día. Así como los modismos de los mendocinos. Culeao por doquier, y una tonadita tan del interior, que para entrar en contacto me sale ponerla ya, meterse en un personaje que no soy pero somos, si no cuesta nada y es tan lindo comunicarse, entenderse.

Dejar que fluya el sentir. Nada apurado, respetar los tiempos, no hay apuro para que cada uno saque lo que quiera mostrar.
Mostrarse. Unión de personas, sin límites más que el que nos animemos a conocer. Y darse a conocer.

Eso es la esencia del viajar, hacer que la aventura de la exploración se exprese sin que haya algo forzado.
Es darse cuenta que uno se conoce y reconoce en el otro, es la única forma de avanzar en el camino de saberse universal. Correligionario del mundo.
Puente del Inca, Mendoza, Argentina

La amabilidad, cordialidad, la hermandad, el compartir, no saben de nacionalidades, ni de fronteras.
Podrá sonar típico, un lugar común, pero sólo viviéndolo en carne se puede entender que no existen límites verdaderos para entablar diálogo, que no hay acotación alguna para que los cuerpos vibren en sintonía.
El habla es una de las tantas formas de comunicación que se inventaron, pero en los gestos, en el tacto, en la piel y, sobre todo, en la mirada, hay un mundo que descubrir y permitirse ir por él en quien se nos haga presente en nuestra ruta es parte de lo que tenemos que dejarnos ver.
Dejar que nos ingrese por los poros, que se meta en las venas y se haga expresión.
Un crisol de razas con voluntad de interacción es un hostel, donde cada uno lleva adelante su vida y en la charla está la oportunidad de adquirir, de absorber culturas, costumbres, tradiciones, que nos son ajenas hasta que nos decidimos a sumar a nuestra –por momentos- simplista visión del mundo.
El mundo es grande, no lo voy a venir a descubrir, pero me refiero a la capacidad de conocer personas, cabezas que se elevan para dejarnos ver que algo mejor es posible, que cada uno porta su historia de vida y hace de ella realmente lo que le pinte. Tan sólo hay que animarse a conocerlo, está al alcance de las manos. El mundo entra en una palma.





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