Nadie puede negar que en el compartir, el dar(se) a conocer está parte de la esencia de los días que corren, pero el solitario es aquel que se permitió jugar el desafío de haber estado solo con su alma un tiempo.
Ya sea el que vive solo, viaja solo o desea estar solo en algún momento del día, esas personas tiene vuelo propio.
Son aquellas que se saben bancar la adversidad, que entienden que no todo es color de rosa, que hay una paleta de sensaciones posibles por atravesar y que por más cercano que sintamos a otro ser de nosotros, nadie podrá entender en su totalidad qué nos ocurre por dentro más que uno mismo.
Solo el que sabe o aprende a estar consigo mismo puede generar contactos genuinos con otros seres.
Ser solitario implica dedicación, perseverancia, mucha paciencia, sentido del humor y uso práctico de las habilidades personales para sentirse lo más cómodo y placentero posible.

En el compartir los solitarios encontramos la dicha de sabernos plenos y brindándonos al otro porque ya lo vivimos antes en soledad y allí decidimos salir a jugar el juego de las complicidades. Aliarnos con el otro para generar un patrón común de comunicación. Entenderse, que le dicen.