lunes, 1 de febrero de 2010

Nada que perder, todo por hacer

Saberse hacedor de realidades permite el libre juego del albedrío.
No tener nada que perder no es una mera enunciación, es creer, e incluso saber, que no hay bien ya alcanzado que limite las posibilidades de descartar todo de cuajo, e ir por otra realidad que nos satisfaga.
Es salirse del plano de conservación para darle paso a la consolidación del gusto y placer del instante.
Así vivo. “Pero es que la felicidad, no se compra con dinero, más vale un amor sincero, que vivir en soledad” suena en la radio uspallatense.


En la mesa del camping, junto a mi carpa que armé ayer a las 12 de la noche, porque la velada fue larga con Víctor, un sudafricano que hablaba inglés, tomaba cerveza y se explayaba sobre los tormentos del posmodernismo. A buen puerto fue, no se agotaba la charla porque yo le retrucaba a cada frase.

Ahora como las frutas que compré ayer, duraznos, banana y uvas.
Hay tres chicas solas –no, con ellas 3- en otra carpa. Es un camping familiar, chico, pero lindo. Junto a la ruta 7, de aquí, de Uspallata.

El maquineo mental va aflojando, no tengo una obligación o algo que cumplir y eso me permite hacer las cosas a un ritmo inusitado. Me levanté con la voz de papá en el celular y luego me pegué una ducha revitalizadora, larga.

No sé qué hacer del día. En todo caso, el día hará conmigo lo que quiera.
Pasa la dueña. Siempre están haciendo algo. La actividad constante es para el que todavía no descubrió que haciendo nada se puede ser feliz.

Al no tener qué hacer, disfruto de cada cosa el doble, porque es por donde elegí ir sin pensarlo mucho.
Voy a dar vueltas por el pueblo. Algo aparecerá.

Doy a persona grande -señor, como me dice la mayoría que me cruzo- al estar acá escribiendo. Es que la diferencia entre tener 22 y 28 años es abismal, un recorrido por dentro que te lleva a no querer las situaciones con ansias sino aceptando que pasarán.
Habrá que estar armado para hacerle frente de la mejor manera. Lúcido y expectante para meter el zarpazo, la intervención o aporte que brinde algo al allí presente. El resto deviene, como ayer con Víctor. Hay cada personaje en estas tierras. De todos hay algo por escuchar.

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