Porque sino se atenta contra la posibilidad de construcción, y quedamos en esa pseudocrítica estéril, inconducente, porque llega a la línea de saber qué no queremos, pero ¿qué queremos?
Eso se descubre acoplándose, descubriendo la voluntad de la persona con la que interactuamos y no pretendiendo ser los agentes juzgadores, que buscaremos la hendidura por la cual meter nuestro disenso.
Sí, a veces sirve, lo sé, el famoso “espíritu crítico” que tanto nos inculcaron en la enseñanza académica, para distinguir fallas, errores, caminos inconducentes. Pero supongamos que ese arte lo tenemos muy entrenado, sabemos ver lo poco práctico, lo que atenta contra nosotros mismos. ¿Y ahora qué? ¿Cómo sigue la historia?

Qué nos gusta, en qué podemos ayudar, qué sentimos que saca a relucir nuestra mayor sensibilidad perceptiva. Eso es crecer.
Saberse dispuesto a dar otro paso.
Pisar firme sobre el camino ya recorrido –sin importar si fue bueno o malo, con cagadas o sin ellas-, animarse a ver que la rivalidad confrontativa crítica es una de las particularidades del ser humano que lo ayudará a no repetir viejas historias, pero que no alcanza con eso.
Recién ahí, con las bases sólidas del castillo que andemos queriendo construir, se podrá dar paso a lo sucesivo de forma receptiva. Central para no dejar pasar las oportunidades que inevitablemente se presentan en el trayecto.
Si estamos muy críticos no las podremos ver. El seño fruncido no nos permitirá divisar cómo se sigue. La acusación excesiva nos veda el paso a ver qué nos regala el devenir.