Estando mal uno tiende a creer que otros hacen las cosas en el pleno convencimiento de que es así como debían hacerse, como que el plan les sale tal cual lo pensaron, cuando en realidad se trata de tener la soltura y la intuición para emprender y saber corregir sobre la marcha, moldear la estructura a medida que se suceden los hechos.
El quedado, el poco hacedor, tiende a poner en un pedestal al que se anima a jugársela por su convicción, pero el consumador sabe que no es tal cosa, que llevar a cabo implica una perseverancia y dedicación descomunal, y que rara vez sale bien, o como querría, de una, en el instante.
El emprendedor conoce por haberse animado, por haber enfrentado los fantasmas y divisado concreción.
El soñador teje hipótesis y se entrega a la idea que pueda tener de lo que rara vez osa plasmar, por lo que su teoría tiene más repercusión que la práctica misma, dado que ésta nunca llega ni se da la oportunidad.
El ideal es lo que persigue el atorado, el volador virtual, a falta de pruebas y errores que hagan darle rumbo a lo acometido.
El postergador es amigo de la incerteza, el realizador, de la incertidumbre. Que produce todo salto al vacío, para ver qué pasa.
El error, el miedo a equivocarse, es el obstáculo principal del no ejecutor. Prefiere quedarse con la duda que ver a la cara al error mismo, que con cierto entrenamiento deja de ser tal para integrar una parte del proceso de consolidación de la idea.