
El punto es que cada cual sabe quién es, cómo es, qué lo moviliza, qué lo entristece y para dónde le gustaría rumbear, más allá de los miedos o fortalezas que lo guiarán a conseguir dichos objetivos.
Ahora, qué es lo que desde afuera ven de nosotros es algo que, incluso charlando con gente cercana sobre el tema, no podremos jamás dilucidar. Porque siempre pasará por el tamiz de la perspectiva personal, aún las palabras que nos transmitan diciéndonos “yo te veo así o asá”.


¿Por qué será que tal persona nos ve de tal o cual manera si yo creo no reconocerme en dicha apreciación? ¿Acaso está tan equivocado o soy yo que no puedo distinguir desde aquí dentro lo que en realidad transmito?
¿Hay solución a ese brete? ¿O es simplemente cuestión de viajar junto a los que nos devuelven una imagen más cercana a lo que somos? ¿A lo que somos o lo que queremos o querríamos ser? La diferencia entre lo que cambiamos y lo que queremos cambiar se hace muy delgada como para distinguirla en la velocidad misma del trayecto necesario para que se efectivice. El punto es querer cambiar lo que no nos gusta. ¿Y lo que no le gusta al resto?
A la larga, siempre atravesamos el recorrido con personas que nos espejan aspectos de nuestra personalidad, y en ese tren nos emprenderemos, hasta que la distancia entre lo que uno ve y el otro devuelve sea insalvable. Allí, mejor dejarlos ir, para que no nos siga comiendo la cabeza aquello en donde no nos reconocemos. Y si nos interesa su devolución, es necesario abrir los sentidos lo máximo posible para experimentar ese sentir que nos vuelve y devuelve. Por ahí está el cambio a transitar, por algo estamos escuchando lo que dice.