sábado, 9 de octubre de 2010

¿Qué ves cuando me ves?

Uno habita en su cuerpo día y noche, algunos harán mayor o menor esfuerzo en conocerse para sentirse lo más plenos posibles, otros se harán los distraídos y mirarán para otro lado con tal de no poner las energías donde deberían.
El punto es que cada cual sabe quién es, cómo es, qué lo moviliza, qué lo entristece y para dónde le gustaría rumbear, más allá de los miedos o fortalezas que lo guiarán a conseguir dichos objetivos.

Ahora, qué es lo que desde afuera ven de nosotros es algo que, incluso charlando con gente cercana sobre el tema, no podremos jamás dilucidar. Porque siempre pasará por el tamiz de la perspectiva personal, aún las palabras que nos transmitan diciéndonos “yo te veo así o asá”.

Sintiéndose bien y sin cuestionamientos mayores, poco tendría que importarnos la mirada del otro sobre nuestra persona, pero hay ocasiones en que esa visión subjetiva del otro sobre nuestro ser influye en determinaciones que nos ven involucrados. El juicio que el otro elabore sobre nuestra forma de ser y actuar, equivocado o no -por cierto, ¿quién se equivoca si difiere lo que sentimos internamente de lo que se observa afuera?-, será el que dé vía libre o limite la posibilidad de expansión y realización de lo que pretendemos conseguir en forma conjunta con quien nos acompaña en esa parte del viaje.

¿Y si mostrás dejos de confiar en que el otro podrá ver algo que quizás a vos se te escapa?, me repito y busco ir un nivel más en la burbuja de conocimiento de quien nos rodea y habita nuestros días. Percibir que el ocasional compañero de ruta nos está indicando o mostrando algo de nosotros que creíamos no tener no debería tomarse como una agresión, sino como un aviso de que aquello que creíamos resuelto internamente, en el mundo exterior se ve distinto. Según el valor que le asignemos al sujeto en cuestión, desde luego, será la importancia que le daremos a su observación.

¿Por qué será que tal persona nos ve de tal o cual manera si yo creo no reconocerme en dicha apreciación? ¿Acaso está tan equivocado o soy yo que no puedo distinguir desde aquí dentro lo que en realidad transmito?
¿Hay solución a ese brete? ¿O es simplemente cuestión de viajar junto a los que nos devuelven una imagen más cercana a lo que somos? ¿A lo que somos o lo que queremos o querríamos ser? La diferencia entre lo que cambiamos y lo que queremos cambiar se hace muy delgada como para distinguirla en la velocidad misma del trayecto necesario para que se efectivice. El punto es querer cambiar lo que no nos gusta. ¿Y lo que no le gusta al resto?


A la larga, siempre atravesamos el recorrido con personas que nos espejan aspectos de nuestra personalidad, y en ese tren nos emprenderemos, hasta que la distancia entre lo que uno ve y el otro devuelve sea insalvable. Allí, mejor dejarlos ir, para que no nos siga comiendo la cabeza aquello en donde no nos reconocemos. Y si nos interesa su devolución, es necesario abrir los sentidos lo máximo posible para experimentar ese sentir que nos vuelve y devuelve. Por ahí está el cambio a transitar, por algo estamos escuchando lo que dice.

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