
Leo fragmentos de Osho que me hacen bien: “Ser egocéntrico es ser inconsciente. Un yo es algo muerto, está vivo sólo de nombre. La conciencia es vida infinita. No tiene límites. Pero normalmente todo el mundo es egocéntrico.
Hay que entender esta paradoja: ser egocéntrico es ser inconsciente, y no ser egocéntrico –o no ser consciente de este yo- es hacerte consciente. Y cuando no hay un yo, cuando este pequeño, este minúsculo yo desaparece, alcanzas el verdadero ser con S mayúscula; llamalo el Ser Supremo, o el ser de todos.

Osho es terrible. Es apabullante, directo, sagaz, toreador y sometedor con sus enunciaciones orales. Es un continuo nutrido de ideas, que dejan pensando y -se coincida o no- te exponen a una sólida argumentación que nos deja culo pal norte. Como los finales de los dibujos de Condorito.
Normalmente los grandes pensadores tienen mala prensa. Es como un escollo inicial que pocos se animan a franquear, “lo que se dice de”, y muchos quedan en la idea de lo que un autor representa por lo que escuchan y no por haberlo leído a conciencia. Me pasó con Nietzsche, me pasa con Osho.
Allá los que se adosan al pensamiento masivo, se lo pierden. Si te sentís siempre en falta, cometiendo un delito, o pecando –como dirían los religiosos culposos-, si siempre flasheas que no deberías estar haciendo lo que estás haciendo, es imposible sentirse uno con el todo, deviene malestar y con ello el consecuente recurso del miedo.

El individualismo también suele ser mal entendido, pero es indispensable y enriquecedor abordar en algún momento de la vida el autoconocimiento, la realización personal, sea del índole que sea, y hasta practicar el egoísmo si desde nuestro parecer aporta algo a la causa de conocerse, y darse a conocer, como verdaderamente lo deseamos.