Hay gente que no se permite pensar en la existencia del otro.
Más bien andan tan quemados con su propio displacer que no conciben que uno tenga temas que lo pongan triste o angustien, sino que creen que sus problemas son el eje y el sentido del mundo entero.
Por lo general, ante sus temas no resueltos suelen necesitar la presencia de otro que los escuche y contenga pero nunca sabrán cumplir ese rol, porque se sienten el epicentro del planeta.
Relaciones tóxicas, que nos absorben las energías disponibles, y al momento de querer abrir el juego uno, la sensación que invade es de que todo lo que nos aqueja es intrascendente ante semejante malestar del intoxicado.
Suelen fantasear con que uno tiene una vida espléndida, con pocos inconvenientes que resolver, cuando la vida misma se encarga de demostrarnos que al desear hacerle frente es donde más se presentan los obstáculos jodidos. Pero ellos no pueden apartarse de su problemática central...
Incapacitados de escucha, de percibir la realidad como viene dada, les suele gustar renegar del otro, poner la paja en el ojo ajeno.
Y jamás podrán escuchar la verdad: que ellos son su propio problema, el contexto acciona en función de lo que ellos transmiten, simplemente.