Suele decirse que la incertidumbre no es buena consejera, pero me permito un replanteo y otra vuelta al tema.
Vivir seguros de tener (y contar con) lo que desde nuestro juicio necesitamos para ser felices, o estar satisfechos, nos hace personas cómodas y nos quita esa adrenalina necesaria para sacar adelante nuevas ideas y producciones.
Tampoco es copado vivir eternamente en la incertidumbre, pero sin dudas tiene su lado festejable. ¿Acaso alguien que tiene su realidad económica resuelta se preocupa por generar nuevos ingresos? Bueno, desde la perspectiva del codicioso sí, siempre buscará la forma de obtener más, pero me refiero a los que se sientes SATISFECHOS con lo que tienen. Sus vidas se aletargan un poco, se adormecen sus neuronas.
Mientras que, para los que viven en la incertidumbre diaria, cada día que comienza es una oportunidad de encontrar respuestas y soluciones a lo que los desvela.
Es una forma de encarar la vida, desde la necesidad creada, lo que apremia en el día a día, aquello que queramos develar y dilucidar alcanzará por satisfacernos, sin que eso implique una falta de algo. Siempre hay más por saber o hacer, pero el que vive en la incerteza no neurótica sabe que lo pendiente quedará para otro día.
Quien aprende a moverse en las arenas movedizas de la incertidumbre también tiene a su favor que sabrá tratar con cuanta situación se presente, nada lo atormentará, porque eso es su vida, una sucesión de interrogantes que se van contestando a medida que se actúa.
Un nuevo día de incertidumbres arranca. No hay otra. Es lo que hay. Sin objeciones, más bien con fuerza y paciencia, irán apareciendo las puntas que marquen el camino.