Esto del día de los enamorados me puso a reflexionar. Se me ocurrió pensar en qué significa este término, el noviazgo, tan rimbombante para mi. Primero, ser mi novia -o ser novio de- implica aceptar al otro como es. Ayudarlo en la medida de lo posible a mejorar lo que desee.
No es una mayor responsabilidad, es asumirla como una persona que queda integrada a mi vida, sin importar lo que ocurrirá en el futuro.
No es más que una invitación, a abrirnos lo suficiente como para conocer al otro al extremo de saber qué le pasa sin necesidad de preguntárselo. Es una invitación a dejar suelto el accionar del otro en función de sus propios deseos de ser feliz. Es un compromiso, sí, pero no interpretado como se suele hacer, desde la atadura, sino desde la tranquilidad de saber que se cuenta con el otro para reposar ante un día de incertidumbre, o para compartir las alegrías y los logros, que sin decírselo es menos emocionante.
Es no depender, sino complementarse en la cebadez mutua para potenciar las capacidades individuales.
Es tan solo abrir una puerta a darse a conocer sin limitaciones.
No creo en que siempre se sentirá lo mismo, ni en las falsas presiones que se autogenera el ser limitado por sus propias creencias. No termino de entender qué es ser fiel -al menos como las parejas fijan esto-, ni qué significa el amor eterno, pero sí conozco de sentimientos plenos, de ganas de estar con el otro y construir algo incierto juntos.
Por lo que mi primer pregunta a quien busque, y encuentre, como mi compañera de aventuras sería: ¿Me aceptás como soy? Sólo el tiempo puede responder esto, sin impaciencias.