martes, 1 de febrero de 2011

Machu Picchu, reflexiones encumbradas en la Meca Sagrada

Tras un intenso periplo por Bolivia y Perú, el legado de los Incas se hace presente.
En el punto más elevado de esta gloriosa civilización.
Entendimiento ancestral. Pudiendo obviar al turismo y el control, este lugar tiene una energía superior.

Las nubes se confunden entre las ruinas, los guías relatan su conocimiento y yo busqué una piedra-escalón para sentarme y abstraerme un rato.
Conectar con este sagrado espacio y vislumbrar lo que las piedras tienen para decirme.

Intiwatana, el sol amarrado.
Ritos, ceremonias, civilización consagrada a lo elevado, e información que se mezcla con el modernismo de la aseveración poco limpia, impura.
La mayor data de este lugar está en sentir su aire, su tierra, su vibración cósmica.
No es casual el lugar elegido. Sus viajes milenarios le permitieron al Inca captar la porción de mundo donde su sabiduría se concentra en niveles superlativos.

Al llegar estaba hiper excitado, acelerado, sacando muchas fotos, y por suerte decidimos asentar, comer un sanguchito y entregarse al placer del goce en silencio.
Hay que saber ir despacio. Un escalón tras otro se arma una civilización, que permite ser disfrutada miles de años luego debido a la perfección con que fue construida.

Mucho ruido impide respirar la esencia de este Templo.
Unión de fuerzas que llevan a un cúmulo de personas a disponer estas piedras bajo formas y sistemas únicos en medio de la cima de una montaña.

Estamos en el medio de la nube, y sólo animándose es que se descubre aquello que se mantiene oculto. Sin miedo, todo se consolida. Hay espacio para todo lo que alcancemos a soñar, proyectar al cosmos con la intención de reproducir.


Reproducimos personas, reproducimos ideas, reproducimos realidades que nos permiten clarificar el destino.
El camino Inca lleva la impronta del hombre andino, lo que verdaderamente somos los que nacimos en cualquiera de los ahora denominados países de Latinoamérica.

Todo crece, aunque no lo queramos. La paciencia vence al más resistente, y nadie puede invadir muestro templo sagrado que es el propio cuerpo y la locura disfrazada de cuerda que empleamos para interactuar en sociedad.
Lo demás, está con uno, y empiezo a sentir el sol en la nuca, ¿señal de que se está despejando?

Sólo la Naturaleza sabe qué pasará, y cuanto más logremos conectar con ella, más Dios reconoceremos.
Dios es el nombre universal para la creencia superior. Si se deposita fuera del alcance de uno, nunca lograremos reconocer el camino interno que nos lleva a distinguirnos como parte del Todo. Sí, vale creerse un punto de eso que ponderamos con distancia y en realidad -¿cuál? La mía- somos uno mismo expresándose.

¿Cómo puede haber vergüenza o culpa si notamos que somos lo que deseamos?
El camino se aliviana, porque nada sale fuera del plan, está sucediendo con la dicha misma de pertenencia.

Soy parte de este Monumento. Creo en el pueblo que lucha para conseguir sus objetivos. Me manejo con la transparencia del que nada pierde con mostrar su plurifacética disponibilidad.
Voy a sacarme los zapatos y entrar en contacto con esta tierra. La energía es algo que se transmite. Voy por la consecución de lo propuesto. Camino allanado.

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