Ser un niño aún asumiéndose como adulto no significa tener una visión infantil del mundo. Ser niño es sumar una visión inocente, no cegada por “lo que hay que”, que permita crear y recrear posibilidades de inspección. Ser niño es darse la oportunidad de descubrir lo nuevo en cada situación que se presenta, es aceptar que es la única manera de mantener el goce y el disfrute por lo sorpresivo que es vivir.
Incluso encarando temas de vida adulta, bajo la perspectiva de niño uno se da la chance de no sumar problemas o esa mirada tan tremenda que el adulto adopta, pensando que ahí reside la inteligencia y la función del mayor. Nada más errado, un adulto niño se anima a descubrir que el problema no es más que la carga pesada que se le pone a la búsqueda de solución; que jugando se clarifica más que preocupándose. Preocuparse es ocuparse previamente, y el niño está en lo inminente, en lo que pasa aquí y ahora.
La proyección es un sistema de vida adulta. Querer entrar en la certeza de que sabemos lo que pasará, cuando la verdad es que no hay manera de dar con ello.
El niño se relame en la incierta realidad, ve en lo que ocurre la única posibilidad de ir construyendo lo que va a venir. Porque sólo haciendo en el momento que toca se puede acercar uno a la seguridad de querer tener resuelto el porvenir. Dando los pasos precisos para armar las reglas del juego que nos compete después podremos retomarlo sabiendo dónde habíamos dejado.
¿Jugamos a inventar? ¿Te permitís crear sin ninguna finalidad específica?
Quién repara en el detalle de un sonido o de una flor que se abre sino el que se da el espacio para tener visión de niño.
El adulto convencional va directo a lo que se propuso sin darse cuenta que en el trayecto muchas cosas pueden sumar al juego en el que se embarcó, y hasta desviar su camino tan marcado para descubrir algo que ni siquiera estaba en sus planes.
¿Qué hay más creativo que un niño fijando su atención en la realidad adulta y sumando alegría a la estructura rígida del mayor que piensa que ya se las sabe todas?
El ser niño enriquece, en el amplio sentido de la palabra. Suma riqueza, pinta colores en la paleta de responsabilidades asumidas, que si no se les da ese toque de relatividad, agobia y paraliza, mientras que el niño no distingue lo peligroso en lo que se ofrece, y sólo repara en su gusto para dar con su deseo.
El interés aniñado fomenta mayores logros porque tiene poca –o nula- mezquindad pretensiosa en su haber. ¿O acaso vieron alguna vez un niño escatimando su expresión con tal o cual finalidad? ¿Y un niño en estado depresivo? Son los adultos los que entorpecen el mecanismo de funcionamiento natural de la especie humana, inculcando valores y conceptos caducos en las mentes de principiantes que todos deberíamos conservar, por nuestra salud y sanidad psíquica. Ser niño es lo más.
Y aquí les dejo el link a un maravilloso libro, de Shunryu Suzuki: Mente Zen, mente de principiante (click en el nombre para bajarlo, formato word). Muy recomendable.