martes, 15 de enero de 2013

Compartir

Este post salió hacerlo como forma de compartir energías con Matías Puricelli, joven y promisorio director teatral y gran tipo, que todos los martes publica en su Facebook una columna de observación callejera, y teniendo un tema en común en la cabeza me surgió escribir esto:
Compartir es unir mundos. Pienso en ese término que mancomuna y acerca la realidad perceptible de cada persona, y me surge y aflora un sinfín de imágenes cuyo punto en común es su ramificación donde ciertas vertientes de ese árbol genial-lógico son puntos en común, intersecciones que más de uno tiene de alianza con otros individuos. Intereses compartidos, puntos de unión.
Compartir es el principio de la amistad, el compañerismo llevado a la patología del botón interneteano que te invita a hacer partícipe de aquello que te gustó a todo aquel que se cruce en tu universo.

El universo es el mismo para todos pero el compartir alimenta la idea de que se está convidando un poco del tuyo y eso acerca a la creencia de que estamos (más) unidos.

Uni Dos. El acto de compartir es una invitación, un acercamiento, un momento en que sabemos en hechos que la unión hace la fuerza, y por ende nos hacemos más fuertes cada vez que abrimos ese juego. En ese tren, el compartir podría ser considerado un combustible biodegradable, aunque más que degradar, agrada, y da paso a la realización de logros mayores, que ni siquiera dimensionamos que podían llevarse a cabo hasta tanto decidimos compartir lo que teníamos para mostrar.

Y esto le salió a él:

Estoy sentado en el frente de mi colegio primario El Anunciación de María. En el mismo frente en el que estuve sentado hace ya más de quince años. En el patio de jardín de infantes de este colegio conocí a Fran Ruiz Barlett a los cuatro años, decimos, pero creo que fue a los cinco. Tengo un recuerdo, inventado creo, del primer acercamiento que tuvimos, como dándonos la mano a modo de “mucho gusto” (siempre me dio intriga saber qué nos dijimos aquella primera vez)… evidentemente es un recuerdo inventado… pero vamos a quedarnos con la duda.

Muchas personas con las que compartí el patio de este colegio son también con las que comparto el patio y la terraza de mi casa Fran, Juan, Nico, y aún en lo esporádico, otros tanto más. Si hay algo que me gusta de mi casa es lo mucho que se parece al patio de este colegio.

Vivir como en un recreo. Recrear. Crear de nuevo. Crear mucho. Jugar. ¿Cinco minutos cada dos horas? ¿Quince cada cuatro? ¿De verdad?
Hacer teatro es como vivir de recreo. Dirigir teatro es como organizar el recreo sin que parezca. Lleno de actores y de errores. Alguien se ríe en un costado, otro le da un pelotazo en la cara de una chica que llora, otro sentado solo en un escalón, otras saltando la soga, una enredándose y otro dándole patadas al viento como luchando contra quien sabe qué. Una maestra que mira y trata de poner orden mientras piensa en cómo hacer para salir de la rutina con su marido. Y un sinfín de otras historias y situaciones que son más livianas porque mientras tanto uno juega. Aprender a jugar aún en el dolor. Compartir el dolor es partirlo en varios despacito y entonces hacerlo mas liviano. Compartir la alegría es partirla en varios despacito y entonces hacerla mas grande. Como el bostezo que se contagia y que andá a saber en dónde termina. En qué país, en qué lugar. Compartir algo te permite volver a pasar por ese lugar, volver a encontrarte con esa o esas personas, sentarte de nuevo en el mismo lugar que hace quince años y encontrarte con un pedacito de vos. Partido en mil despacito por el aire. Como un bostezo.

Gracias Matías por coparte con la propuesta. Nada puede salir mal si uno comparte. Es parte.

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