“De
todo lo escrito yo amo sólo aquello que alguien escribe con su sangre. Escribe
tú con sangre, y te darás cuenta de que la sangre es espíritu. No es
cosa fácil el comprender la sangre ajena: yo odio a los ociosos que leen. Quien
conoce al lector no hace ya nada por el lector. Un siglo de lectores todavía y
hasta el espíritu olerá mal (…) Quien escribe con sangre y en forma de
sentencias, ése no quiere ser leído, sino aprendido de memoria. En las montañas
el camino más corto es el que va de cumbre a cumbre; mas para ello tienes que
tener piernas largas. Cumbres deben ser las sentencias; y aquellos a quienes se
habla, hombres altos y robustos. El aire ligero y puro, el peligro cercano y el
espíritu lleno de una alegre maldad, estas cosas se avienen bien. Quiero tener
duendes a mi alrededor, pues soy valeroso. El valor que ahuyenta los fantasmas se crea sus propios
duendes, el valor quiere reír.
Yo ya no tengo sentimientos en común con vosotros: esa nube
que veo por debajo de mi, esa negrura y pesadez de que me río, cabalmente esa
es vuestra nube tempestuosa. Vosotros miráis hacia arriba cuando deseáis
elevación. Y yo miro hacia abajo, porque estoy elevado. ¿Quién de vosotros
puede a la vez reír y estar elevado? Quien asciende a las montañas más altas se ríe de todas las tragedias, de
las del teatro y de las de la vida. Valerosos, despreocupados, irónicos,
violentos, así nos quiere la sabiduría: es una mujer y ama siempre únicamente a
un guerrero.

Así habló Zaratustra.